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China y Estados Unidos, dos que chocan cada día más

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Las esferas económica y política, que al fin y al cabo son más o menos lo mismo, no mecánicamente, son las arenas de competencia entre EE UU y China. El primero es un imperio de vieja data, que emergió como cabeza del mundo capitalista tras la II Guerra Mundial y que ostentó ese lugar sin demasiada competencia hasta la quiebra del Lehman Brothers, en setiembre de 2008. La otra es una nación socialista, que debió lidiar con el atraso tercermundista tras una revolución campesina-obrera. De la civilización del celeste imperio, de 5 mil años, a una revolución maoísta a partir de 1949. Ese país no es el mismo, porque el fundador, Mao Zedong, murió en 1976 y muchas de las políticas fueron dejadas de lado por Deng Xiaoping y otros líderes que fueron alternándose en Beijing, que no se llama más Pekín.

Si es por analizar tendencias, avanzó China. El imperio fue derrotado en Vietnam y jaqueado por los movimientos de liberación nacional, y la emergencia de gobiernos progresistas. A George W. Bush lo golearon en Mar del Plata en 2005 entre Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva; se volvió para Washington con el ALCA hecho pomada.

Beijing, en cambio, tejió alianzas políticas, incluso con sus viejos rivales rusos. A diferencia de las polémicas y tiros entre Mao y Kruschev-Breznev y otros, Xi Jinping y Vladimir Putin tienen un diálogo de primos hermanos. Y junto con Brasil, India y Sudáfrica armaron el Brics, de fuerte poder internacional.

En política el perdidoso es el orden unipolar. Se lo grite o no, la consigna de “Yanquis go home” sigue gozando de buena salud. Y si algo se ha ralentizado, se lo deben los norteamericanos a Barack Obama, negro como los que ellos discriminaron y el KKK los ahorcaba o quemaba.

 

El dólar y el yuan

El imperio se recuperó parcialmente del abismo adonde había caído en 2008 con el crac financiero que se contagió a la economía real. Como si los hubieran bombardeado desde un Enola-Gay, millones de puestos de trabajo fueron eliminados en gran parte del mundo, EE UU incluido. Bush y luego Obama le dieron a la maquinita de emisión de billetes; el Departamento del Tesoro y los cráneos del Banco Mundial y el FMI auxiliaron con eso a los bancos.

Cuando hoy Obama presume de que lo peor ya pasó, y tiene una pizca de razón, falta a la verdad. Esa crisis mostró al mundo que ese sistema no da más. Está viviendo una sobrevida o agónico final en base a la timba financiera, el poder mediático y los misiles de última generación. Las recetas neoliberales siguen provocando terribles efectos en Grecia, Haití, Colombia y España, e incluso ahora en Argentina, que había logrado escapar a ese zoológico-cárcel fondomonetarista por doce años.

El 90 por ciento de los consultados sabe que si las cosas no marchan bien en el mundo no es por culpa del yuan chino sino del patrón dólar, Wall Street, los ajustes del FMI y Banco Mundial, el Foro de Davos y el G-7.

En octubre de 2014 la economía china había sido conceptuada por el FMI por delante de la de EE UU, según el índice de Paridad de Poder Adquisitivo (PPP), que compara lo que todos sus habitantes pueden comprar. Por PBI, China sigue en el segundo lugar, con pronóstico de superar a su rival en 2020 o 2025. Si es por el PPP, según organismos internacionales, “en 2019 la economía de China será 20% más grande que la de EE UU”. Y eso es lo que la superpotencia no quiere admitir. Incluso apelará a la fuerza para no bajar del podio.

 

Paz en peligro

Existe una variedad de conflictos armados en Siria, Irak, Afganistán, Ucrania, Libia, etc, y la “paz” es relativa, pero no hay una guerra global. Esta no ha estallado a pesar de ciertos pronósticos. Por caso el Papa Francisco en setiembre de 2014 habló de una “tercera guerra mundial combatida por partes”. El cronista disiente de esa caracterización, como se permitió hacerlo con el gran Fidel Castro en julio de 2010 acerca del inminente estallido de la conflagración mundial.

A mediados de 2015 el financista George Soros comentó en el Banco Mundial que si China fallaba en una transición a una economía de consumo interno, sus dirigentes iban a alentar un conflicto con Japón, para permanecer en el poder. Al embestir contra Tokio, iban a arrastrar a la guerra a EE UU. Falso. Los gobernantes chinos no tienen ningún plan agresivo ni son los causantes de las guerras localizadas. EE UU y sus aliados de la OTAN, Israel, Turquía y la monarquía saudí son los responsables de las muertes en Aleppo, Kunduz, Damasco, Gaza, Yemen y miles de ahogados en el Mediterráneo.

La otrora indiscutida superpotencia quiere pisar a China para que el desorden del dólar siga imperando. Joe Biden declaró que para el 2020 el 80 por ciento de las fuerzas militares norteamericanas estarán en la zona Asia-Pacífico. Sus misiles, aviones y barcos apuntan a Beijing. Y de allí los conflictos que provocan en el Mar del Sur de China; en la segunda mitad de 2015 hubo aviones espías y navíos invadiendo límites chinos.

El almirante John Richardson, jefe de operaciones de la Marina de EE UU, dijo seguirían sus patrullajes el mar de China Meridional, porque “el mar es de todos”. Refritó aquello de que “lo mío es mío y lo tuyo también es mío”.

El vicealmirante Yuan Yubai, comandante de la Flota del Norte de China, había dicho que “el mar de China Meridional, como su nombre indica, es una zona de mar que nos pertenece. Y desde la dinastía Tang, desde hace mucho tiempo, el pueblo chino ha estado trabajando y produciendo alrededor de este mar”. Se supone que en la zona hay reservas de petróleo y gas superiores a Kuwait.

El jefe del Pentágono, Ashton Carter, manifestó en mayo que el país asiático crea una “Gran Muralla de auto aislamiento” por su expansión en ese mar. Su colega chino Chang Wanquan lo urgió a renunciar a “acciones peligrosas” que amenacen la soberanía de China. El EPL de 2.3 millones de soldados es garantía de defensa.

Hoy no hay guerra mundial pero la paz está en riesgo; aquella es posible en el mediano plazo. Si se quiere aventarla hay que ponerse en la vereda de enfrente del Pentágono, a diferencia de Macri, que se ofrece como recluta.

 

EMILIO MARÍN – FUENTE: La Arena

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