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Notas del camarada Sergio

Una cita con mi muerte, que no fue, en 1978

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Esquina de San Luis y Pueyrredón, Capital Federal. Ahora es un maxikiosco pero en 1978 era una pizzería. Allí tenía yo una cita para concurrir a una reunión del Comité Permanente de PCML-exVanguardia Comunista, a la que vendría desde Córdoba.

En la semana previa, aprovechando el feriado, se iba a hacer esa reunión, pero Roberto Cristina, secretario general, decidió postergarla en vista de la cantidad de militantes y dirigentes que estaban cayendo en manos del Ejército. Cuando el 15 de agosto de ese año Roberto no fue a una cita que tenía con Mario Geller, venido desde Salta y quien no pudieron alcanzar a avisarle que la mencionada reunión no se iba a hacer sino que se había postergado para la semana siguiente, Mario se levantó rápido de la cita y se volvió a Salta, convencido de que Roberto también había sido secuestrado ese día.

Y desde Salta envió a Córdoba a un compañero médico, Ignacio Luque, que vivía y militaba en Jujuy, para que me avisara que yo no debía ir a Buenos Aires el 24 de agosto porque seguramente los camaradas del secretariado nacional había sido secuestrados.

Ignacio, gaucho, se vino desde Jujuy en una Renalt.6 para avisarme. Pero yo, que era cabeza dura y no podía creer lo que me decía, decidí ir lo mismo a Buenos Aires. Fuimos en tren, en segunda, con un compañero, Viru, quien fue a la cita, mientras yo lo esperaba en otro café a varias cuadras. Viru se encontró en la pizzería con otro camarada que trabajaba en Organización y se fueron rápido del lugar, dieron varias vueltas y luego vinieron al café donde yo los esperaba. Allí me contó ese otro camarada (alias Polenta) lo que había sucedido, que en efecto Roberto, Rubén Kritskausky, Jorge Montero, Elias Semán y otros dirigentes habían sido secuestrados y desaparecidos por el Ejército.

Era un desastre. Doloridos, nos volvimos en el tren a Córdoba con el camarada Viru. Nuestra militancia siguió lo mismo, en esos años de dictadura, ahora con un nuevo motivo: levantar la bandera de los camaradas caídos.

Un par de años más tarde me enteré que me había salvado raspando yo en la cita de la pizzería (y lo mismo Polenta, que concurrió por su cuenta, y Viru, a quien yo le hice correr ese riesgo, lo que fue un error mío y grave). Algunos sobrevivientes de El Vesubio me contaron cuando salieron que ese día 24 de agosto de 1978 el jefe militar del Vesubio, El Francés, luego supimos que se llamaba Gustavo Adolfo Cacivio, sabía de esa cita porque alguien de Organización la había delatado en la tortura. ¿Qué pasó? Esa noche Cacivio se golpeó con la palma de su mano la frente y dijo: “Uh, el cordobés, me olvidé de la cita!”.

El muy hijo de puta se había olvidado de la cita envenenada. Hubiera caído yo y esos dos camaradas. Se relajó el genocida, luego de su “éxito” en capturar al secretariado nacional y subestimar al resto del comité permanente.

Por eso pude vivir. Por su relajo y mala memoria. Hoy Cacivio está preso, con dos condenas perpetuas (una por su actuación en el regimiento 7 de La Plata y otra por los crímenes en el Vesubio). Y yo militando en el Partido de la Liberación, continuidad histórica de VC-PCML.

Fue una cita con la muerte que no fue. Gracias a la vida y al olvido de un genocida. También de esas cosas raras y accidentes está hecha la vida de un militante…

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