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Belgrano y la batalla de Salta

La Batalla de Salta se libró el 20 de febrero de 1813, en Campo Castañares, hoy zona norte de la ciudad de Salta, entre las fuerzas patriotas del Ejército del Norte comandadas por el General Manuel Belgrano y las realistas del General Pío Tristán. Belgrano y sus tropas ya habían vencido a los realistas en la Batalla de Tucumán, el 24 de setiembre de 1812, después de haber recorrido más de 360 km desde Jujuy y protagonizado el Éxodo Jujeño dejando tras de ellos sólo tierra arrasada, sin ganado, granos o dineros que los españoles pudieran utilizar.

  Luego del triunfo en Tucumán, incumpliendo las órdenes del Triunvirato, en especial del secretario Bernardino Rivadavia, Belgrano reforzó el ejército reclutando soldados hasta duplicar su número, impartió instrucción militar, y fortaleció el parque con los cañones y bastimentos abandonados por los realistas en Tucumán.

   Decidido a tomar la ofensiva, se pusieron en marcha hacia Salta. En el camino, el 13 de febrero, hizo jurar la bandera celeste y blanca creada por él en el río Pasaje. Los soldados y jefes juraron defenderla con su vida y prometieron también su lealtad a la Asamblea Constituyente que había comenzado a sesionar en Buenos Aires.

  Y el Ejército del Norte siguió avanzando hacia Salta con sus 6 columnas y 12 piezas de artillería sorteando la complicada geografía de montañas, quebradas y ríos a fuerza de coraje y el convencimiento de que la causa de la independencia del yugo colonial valía todos los esfuerzos y sacrificios. Pío Tristán, al conocer el avance del ejército patriota fortificó el paso del Portezuelo, considerado el único acceso a la ciudad de Salta. Pero en el ejército patriota integrado mayoritariamente por pobladores de la zona, los baqueanos conocían muy bien las características del terreno y guiaron a los patriotas para entrar a la ciudad por sendas de altura que desembocaban en la Quebrada de Chachapoyas desde donde se dirigieron al Campo de la Cruz, carente de fortificaciones de los españoles.

   El cerco de los realistas que rodeaban la ciudad fue roto por una carga de caballería que comandó Belgrano y que hizo retroceder al ejército español hasta la Plaza Mayor donde Tristán decidió finalmente rendirse.  Los españoles tuvieron 480 muertos, 114 heridos y 2.786 prisioneros y entregaron 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas y carabinas, todo el parque de guerra y 3 banderas reales.

  Al día siguiente por órdenes de Belgrano, las tropas vencidas abandonaron la ciudad marchando con honores de guerra, con la condición de deponer las armas y no volver a alzarse contra los independentistas. Esta decisión fue duramente criticada en Buenos Aires, tildando a Belgrano de ingenuo y poco hombre. Su acertada respuesta fue: “se me criticará por los que viven tranquilos en sus casas y discursean con el buen café y botella por delante…pero yo hago lo que me dictan la razón, la justicia y la prudencia y que no busco gloria sino la unión de los latinoamericanos y la prosperidad de la Patria”…..

  El triunfo de Belgrano fue recibido con entusiasmo y alivio en Buenos Aires por los mismos que lo habían amenazado con sanciones y hasta pasarlo por las armas si no obedecía la orden de retroceder abandonando a su suerte a las provincias del norte.

   La Batalla de Salta permitió recuperar un vasto territorio que parecía perdido para las Provincias Unidas. Además impidió que los ejércitos realistas pudieran avanzar hacia el sur del país y cimentó el plan de liberación del general José de San Martín. Y más allá de los hechos históricos y de los triunfos obtenidos en los campos de batalla, es necesario reflexionar y sacar enseñanzas de esos momentos de nuestra historia y de sus protagonistas.

  Belgrano dejó su toga de abogado para convertirse en militar y en ese campo luchó contra el enemigo externo, el colonialismo español, y contra los intereses de los cipayos como Rivadavia. Su afirmación: “No exportemos cueros, exportemos botas” y su defensa de la libertad de comercio en un momento y en una región donde imperaba el monopolio español, lo muestran como un hombre que defendió los intereses rioplatenses en ese momento, el primer protector de nuestra industria y un hombre de avanzada en las ideas sobre educación, que reclamaba pública y gratuita, que incluyera a los indios, mulatos y….a las mujeres. Entendió que uno de los principales medios para mejorar la calidad de vida de los sectores más postergados era crear escuelas gratuitas donde pudieran acceder a la educación los desposeídos, las mujeres, los indios y los huérfanos. Con esa convicción donó los 40.000 pesos oro que le otorgó la Asamblea del año XIII como “premio” por los triunfos en las Batallas de Salta y Tucumán para la creación de escuelas en Tucumán, Salta, Jujuy y Tarija.

  El legado de Belgrano trasciende sus triunfos militares y adquiere vigencia plena en estos momentos que vive nuestra patria, donde es invocado por hombres y mujeres que ejercen cargos públicos con palabras muy elogiosas como ejemplo de valor y patriotismo, pero son los mismos que luego permiten la extranjerización de la tierra y pagan una deuda externa odiosa, ilegítima y fraudulenta.

ELENA RIVERO

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