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La verdad es que la URSS fue el factor decisivo de la derrota nazi

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MUCHAS MENTIRAS Y OCULTAMIENTOS SOBRE LA II GUERRA MUNDIAL

SERGIO ORTIZ. 9 de mayo de 2023

LAS CAUSAS DE LA GUERRA

En la historia que fabrican los países capitalistas se adjudica la II Guerra Mundial sólo al afán del dictador Adolfo Hitler, de dominar el mundo. La verdad es mucho más compleja. Por supuesto que ese nacional-socialista buscaba adueñarse de zonas fronterizas y expandirse muchísimo más allá. En este punto, y no para justificar de ningún modo a semejante personaje, hay que dejar constancia que las potencias dominantes de aquel entonces fueron responsables de un castigo desproporcionado a Alemania, tras la I Primera Guerra. Le impusieron el pago de reparaciones de guerra y la pérdida de territorios, luego del Tratado de Versalles. Estas humillaciones dieron pie al discurso revanchista y luego el avance militar de Alemania.

Aquel mundo estaba dominado sobre todo por el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Estados Unidos como potencia en ascenso y otras menores como Francia. Aquel conflicto bélico a punto de estallar era interimperialista: los ingleses, franceses y norteamericanos, por un lado, y Alemania y sus aliados italianos y japoneses por el otro. En vez de dirimir ese conflicto entre ellos, Londres y sus aliados querían empujar a Alemania a una guerra contra la Unión Soviética. Por eso en 1938 el premier británico Neville Chamberlain y su colega francés Edouard Daladier, fueron sumisos hasta Munich y firmaron un acuerdo con Hitler, entregándole la región checa de los Sudetes. Volvieron exultantes a sus capitales agitando un papel de paz firmado por el nazi.

Les duró poco porque Hitler, viéndolos tan débiles y concesivos, decidió ocupar Polonia. Antes, el 23 de agosto de 1938, firmó un acuerdo de no agresión con la URSS: el tratado Molotov-Von Ribbentrop, los cancilleres de Moscú y Berlín. No es que José Stalin hubiera sellado una alianza con Hitler, como se dijo en ese momento y también después. Desde 1935 el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) venía planteando un frente único antifascista. Fue la propuesta central del VII Congreso de la Internacional Comunista realizado aquel año bajo la presidencia del búlgaro Jorge Dimitrov. Como ese ofrecimiento de unidad antifascista fue rechazado, el líder soviético no tuvo más remedio que firmar ese compromiso de no agresión con Alemania. Su propósito fue ganar tiempo. ¿Para qué? Para organizar mejor a su pueblo, armar más al Ejército Rojo, depurándolo de quintacolumnistas; impulsar su economía, etc. Sabía que en poco tiempo más los alemanes vendrían por la URSS.

La invasión alemana a Polonia el 1 de septiembre de 1939 fue “too match” para Inglaterra y su bloque. Tuvieron que declarar la guerra a Alemania y empezó esa contienda interimperialista, en tanto la URSS se replegaba sobre sí misma, para pertrecharse mejor antes que la subieran al ring. Mientras los dos bandos imperialistas se atacaran entre sí, buscando el dominio mundial, y la dejaran en paz para armarse en autodefensa, tanto mejor.

LA BLITZKRIEG SE ROMPIÓ LOS DIENTES

Para los ejércitos de la Wehrmacht su paso por Polonia fue un paseo y en pocos días fue ocupada. La ofensiva militar tuvo la modalidad de la Blitzkrieg, u “ofensiva relámpago”, con sincronización de bombardeos previos y el rápido avance de los tanques, artillería y la infantería, sin dar tiempo a las defensas. No sólo Polonia sino también los Países Bajos, Bélgica y Francia, cayeron bajo el dominio alemán en semanas.

Con esas victorias, el canciller alemán pasó a la letra chica de su plan contra la URSS. Ese ataque apuntaba a destruir el comunismo, el gran demonio para los nazis. El objetivo económico era quedarse con los granos de la zona de Ucrania y el petróleo del Cáucaso, ambos bajo jurisdicción de la URSS. De acuerdo con el plan de Himmler “Ost” (julio de 1941), en 25 años debían ser deportados y aniquilados 85% de los polacos, 85% de los letones, 75% de los bielorrusos, 65% de la población de Ucrania Occidental, de los rusos, lituanos y estonios. Un total de 45 millones de personas. Una parte de los rusos sería deportado más allá de los Urales y Siberia. Semejante plan de exterminio, que empezó a verificarse con el “Operación Barbarroja”, la invasión a Rusia el 22 de junio de 1941, explica el ardor patriótico de la resistencia de todas las nacionalidades componentes de la URSS.

Los ejércitos alemanes entraron a territorio soviético sin declaración previa de guerra. Después de consumado el hecho, el embajador germano en Moscú entregó a Molotov una declaración. Fue un ataque a traición, aunque no una sorpresa total para Stalin, quien tenía información de que eso iba a ocurrir. Además un par de sargentos alemanes en la madrugada de aquel 22 de junio se presentaron por separado en la frontera rusa y dieron aviso de lo que estaba por comenzar.

Se ha criticado a Stalin por lo rápido que entraron las tropas germanas en los primeros 150 kilómetros de tierra rusa. Generales soviéticos, incluso Gueorgui Zhukov, le habían planteado al jefe de Estado en la previa al 22 de junio que era conveniente movilizar tropas hacia la frontera, para prevenir la agresión y pararla desde el vamos. En sus memorias ese general admitió que los argumentos de Stalin eran valederos para rechazar su propuesta. El georgiano le dijo que si se movían tropas a la frontera alemana iban a ser acusados de desencadenar la guerra. Y que además sería una táctica inútil porque las tropas alemanas, que ya venían haciendo la guerra, iban a pasar igual, frente a un Ejército Rojo entonces inexperto. Lo más aconsejable era ir desgastando a los invasores, pero sin pretender pararlos de entrada. Que entraran a la URSS, que extendieran sus líneas logísticas, que se debilitaran ante la resistencia militar y de las guerrillas en retaguardia. Con esa nueva experiencia, los defensores iban a estar mejor fogueados para los grandes combates y rechazar la invasión hasta finalmente derrotar a los ejércitos de la Wehrmacht y la Luftwaffe, la fuerza aérea. Stalin tuvo razón.

HEROÍSMO DE LOS RUSOS

El 3 de julio de 1941, el jefe nazi del Estado Mayor del Ejército de Tierra, general Franz Halder, escribió en su diario: “No es una exageración afirmar que la campaña contra Rusia podrá terminar con la victoria dentro de 14 días”. Las cosas no sucedieron así porque la resistencia del Ejército Rojo y la población fue muy fuerte. Los ejércitos alemanes eran uno que atacaba por el Norte, hacia Leningrado (hoy de nuevo San Petersburgo); otro por el Centro, que apuntaba a Moscú, y otro en el Sur, hacia Stalingrado (hoy Volgogrado).

La población de Leningrado pasó un año y medio cercada, sin aprovisionamiento; un millón de personas murieron de hambre. La de Moscú también la pasó muy mal, cuando las tropas alemanas estuvieron a pocos kilómetros. En ese momento de mayor riesgo, Stalin movió las industrias bien al este e incluso parte de su gobierno, aunque él se quedó en sus oficinas del Kremlin, como señal combativa de que el jefe estaba allí y se iba a ganar lo que fue bautizada como “Gran Guerra Patria”. El Ejército Rojo no era solo ruso: a principios de 1941 estaba formado por 61% de rusos, 19,6% de ucranianos y 4,1% de bielorrusos. Esa batalla de Moscú fue una primera victoria soviética y no la ganó primordialmente el “general Invierno”.

Más decisiva fue la resistencia en Stalingrado, con combates durísimos entre agosto de 1942 y enero de 1943, contra los agresores del VI Ejército del mariscal Friederich Von Paulus. Se combatía casa a casa y los soviéticos armaron una maniobra de pinzas donde quedó encerrado el grueso de la tropa invasora. Aunque Hitler había prohibido rendirse a sus generales, Von Paulus fue el primer mariscal de campo tomado prisionero, vivo. Más de 300.000 de sus hombres se rindieron y en las siguientes batallas otros 90.000 murieron. Ese fue un punto de inflexión de la Gran Guerra Patria y de la II Guerra Mundial. Después de esa derrota nazi vinieron otras y las tropas soviéticas conducidas por los generales Zhukov, Konstantín Rokossovski e Iván Konev empezaron su contraataque que tenía como objetivo la capital alemana.

Después de liberar Polonia, Austria, Hungría y Checoslovaquia, las columnas soviéticas llegaron a las cercanías de Berlín, que finalmente tomaron. Un símbolo de eso fue el 30 de abril de 1945 cuando tres soldados pusieron la bandera roja a flamear en los techos de la Reichstag, el parlamento.

Hitler y su mujer se suicidaron en esos días, igual que su ministro de propaganda Joseph Goebbels y su esposa, luego de envenenar a sus seis hijos. Era el final del régimen nazi. Los restos de sus ejércitos, con el mariscal Wilhem Keitel, se rindieron entre el 7 y 8 de mayo ante Zhukov y Rokossovski. Muchos otros jerarcas trataron de huir en dirección a tropas estadounidenses e inglesas, buscando protección. Sabían que sus crímenes mayores los habían cometido en el frente soviético. Otros capos nazis fueron protegidos por el Vaticano porque el Papa Pío XII fue bastante filofascista, para huir hacia otros países. Por caso a Argentina, gobernada por el general Perón, donde recalaron muchos de esos nazis, como Adolf Eichmann y Erich Priebke.

EL MUNDO DEBE DAR GRACIAS A MOSCÚ

Hollywood y más modernamente los medios de desinformación audiovisuales y las redes digitales insisten en que el protagonista de la victoria sobre Alemania habrían sido EE UU y los aliados. Falso, de falsedad absoluta.

Los hechos recién reseñados demuestran que entre 1939 y 1941 los germanos no tuvieron desgaste ni guerra en serio. Esta comenzó recién con la “Operación Barbarroja” en 1941, en el frente ruso, que fue el principal desde allí hasta 1945, durando 1.418 días. El “Segundo Frente”, que Stalin reclamó tantas veces a los aliados, recién se concretó en Normandía, en junio de 1944, al año siguiente de la sufrida victoria de Stalingrado que dio vuelta la taba de la guerra. Es verdad que desde 1942 los norteamericanos e ingleses hacían llegar algunos suministros y ayuda a la URSS. Esta soportaba el peso fundamental de la contienda en su territorio, a diferencia de los estadounidenses que se sumaron a la guerra después de ser atacados por Japón en Pearl Harbour, en diciembre de 1941, pero nunca pelearon en su país. Esta fue una de las razones por las que, luego de la contienda, pudieron subir en el podio imperialista y suplantar al Reino Unido.

La clave del triunfo fue subrayada por Stalin: “La confianza del pueblo soviético a su gobierno fue el momento decisivo que aseguró la victoria histórica sobre el enemigo de toda la humanidad, el nazismo”.

La bandera soviética flameando en el Reichstag es una prueba de quién venció a quién. La otra demostración es el número de muertos: 27 millones de soviéticos, entre su población civil, militares y milicianos. El total de víctimas en esa contienda fue de 60 millones aproximadamente y, casi la mitad los puso la URSS.  Es que los soldados del Wehrmacht recibieron estas instrucciones: “Mata a cualquier ruso, soviético, no te detengas si es un anciano, una mujer o un niño – mata. Así te salvarás de la muerte, asegurarás el futuro de tu familia y te cubrirás de gloria para siempre”.

EE UU tuvo 298.000 muertos, en tanto las pérdidas de Gran  Bretaña y Francia se estimaron en 450.000 y 600.000 respectivamente. Son cifras dolorosas, pero muy inferiores a los 27 millones de soviéticos, 6 millones de alemanes y 6 millones de polacos. O sea que en ese frente oriental murió el 60 por ciento de todas las víctimas de la II Guerra. El 80 por ciento de las bajas alemanas se produjeron allí, frente a los soviéticos. Esta es la historia real, por más que las películas y series tengan otros héroes.

Lo peor es que esto no es un pasado de 78 años. Hoy Washington y la OTAN hacen la guerra contra Rusia desde Ucrania, con apoyo del régimen ucronazi de Volodimir Zelenski. La agresión yanqui sanciona a Moscú en lo económico y financiero, en política hace otro tanto y envía armamento, con la Unión Europea siguiéndolo como un perro faldero. Ellos expanden la rusofobia por todo el mundo. Quiere decir que Goebbels murió físicamente con su esposa e hijos en 1945, pero su “miente, miente” dejó prole y descendencia política.

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