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IX Cumbre de (Norte) América le salió mal al imperio decadente

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La IX Cumbre de las Américas fue organizada por la administración Biden desde el 8 hasta el 10 de junio en Los Ángeles. El envoltorio era engañoso: “Construyamos un futuro sostenible, resiliente y equitativo”.

Debían tener derecho a asistencia los 35 países de todo el continente. Esta instancia, nacida en 1994 en las cloacas de Miami, siempre fue obediente a las órdenes de Washington. Por eso las invitaciones siempre dejaron afuera a algunos gobiernos, por ejemplo Cuba, excluida en esta IX Cumbre como lo fue desde la I en Miami. Solamente le dieron los 5 minutos de oratoria en la VII de Panamá (2015), cuando Raúl Castro habló más, invocando que antes a su país lo habían silenciado. La isla también estuvo en la VII en Perú (2018), pues duraba ese pequeño envión “democrático” de Barack Obama, con leves suavizaciones del bloqueo para tratar que la revolución cubana se descarrilara.

Con Donald Trump en la Casa Blanca, ese bloqueo se radicalizó con 243 medidas, más criminales que nunca en el 2020 y la pandemia de COVID-19. Y con Joe Biden en aquel Salón Oval, las políticas anticubanas permanecieron iguales, con alguna mínima flexibilización que hay que mirar una lupa para advertirla.

A La Habana le iban a cerrar otra vez las puertas en Los Ángeles. El argumento de siempre: no es un gobierno democrático sino una dictadura que no respeta los derechos humanos. Esas falsedades también se las aplicaron a Venezuela y Nicaragua, para excluirlas. Entre los tres países han recibido un récord de 800 sanciones del imperio, que las considera las más rebeldes y desobedientes de su “patio trasero”.

Cuando nació esta entidad mal parida, el dueño de casa era Bill Clinton y hoy es Biden. Los obedientes de entonces eran Carlos Menem, Eduardo Frei, Alberto Lacalle, Ernesto Zedillo, Rafael Caldera, Alberto Fujimori y otros arrastrados a los pies del imperio. Y aún así no lograron armar su Zona de Libre Comercio desde Alaska hasta el Beagle pues los avances relativos tuvieron un corte abrupto en la IV Cumbre en Mar del Plata, en 2005, conocida como la del “Alca, Al carajo” en palabras de Hugo Chávez.

Comparando con 1994 no es que a Estados Unidos le falten gobiernos lacayos. Está el de Colombia, premiado como socio especial extra OTAN y con 7 bases estadounidenses. Esos gobiernos amigos la están pasando mal, como el de Bogotá, cuya representación actual estará ausente en el balotaje del 19 de junio.

Y eso se reflejó en aspectos numéricos y sobre todo políticos en la cita de Los Ángeles. Sólo concurrieron 22 presidentes sobre un total de 35, pese a los reiterados intentos del secretario de Estado, Antony Blinken, por evitar esos faltazos que le bajaban la nota a la reunión.

UN FRACASO CASI TOTAL

Si lo numérico fue un fiasco, peor es el balance político para la administración Biden, que ya lucía debilitada y con serias posibilidades de perder las legislativas del 8 de noviembre. No es que los republicanos hayan hecho las cosas muy bien sino que los demócratas las hicieron mal. Cualquier parecido con lo que ocurre en Argentina entre las chances del macrismo de volver en 2023 y los riesgos de derrota del peronismo, no es casualidad.

Uno de los ejes de la IX Cumbre era el plan norteamericano de contener la inmigración que sube desde Centroamérica y México. La vicepresidente Kamala Harris tuvo muchas reuniones previas y habló de apoyo al “Triángulo Norte” de esa región (El Salvador, Honduras y Guatemala).

La propaganda estadounidense fue de tres programas de “ayuda” a Centroamérica, por 5.000 millones de dólares. De esa suma dudosa, lo concreto como programa oficial son 50 millones para el “Cuerpo de Servicio Centroamericano” de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), de Samantha Power. Daría “rumbo laboral” a jóvenes de El Salvador, Guatemala y Honduras. El resto de los anuncios, pompas de jabón, fueron supuestas inversiones de empresas privadas como Millicom, PepsiCo, Microsoft, Nespresso y MasterCard, que no se distinguen por sus fines sociales.

Las maniobras de Biden-Harris, como tantas de las administraciones anteriores, han sido inútiles y engañosas. Y la realidad les asestó dos patadas en los traseros el día de la inauguración de la IX Cumbre.

La primera fue que no asistió ninguno de los implicados en la supuesta ayuda al “Triángulo Norte”: ni Xiomara Castro (Honduras), ni Nayib Bukele (El Salvador) ni Alejandro Giammattei (Guatemala). Y lo más importante es que el mandatario de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), fue un feroz crítico de las exclusiones de Cuba, Venezuela y Nicaragua. No concurrió a la cita y envió a su canciller Marcelo Ebrard, quien desaprobó lo actuado por el Departamento de Estado.

La otra patada en los traseros de Biden-Harris se los dio la realidad. El 6 de junio, cuando empezaban las conferencias, 15.000 migrantes iniciaban su caravana desde Tapachula, México, hacia la frontera estadounidense. Buscan un lugar mejor dónde vivir y trabajar porque los corre la pobreza, la falta de empleo, vivienda y oportunidades en sus lugares de origen. El Tío Sam, adonde van, con su saqueo histórico, tiene mucho que ver con las miserias que se viven en sus tierras de origen.

Esas caravanas significan que allí no hay esperanzas en los planes del gobierno estadounidense y sus agencias, que seguirán apostando a muros, guardias armadas, cárceles, familias separadas y deportaciones, donde el récord de expulsiones lo tiene Obama.

La crítica al imperio se expresaron en la Cumbre de los Pueblos, con 150 organizaciones de EE. UU. y otros países que plantearon en reuniones y en la calle sus reclamos. Algunos fueron reprimidos policialmente con brutalidad. Tuvo mucha repercusión la interpelación del joven militante del Partido Socialismo y Liberación (PSL), increpándolo a Luis Almagro y gritándole muchas verdades en su cara.

LOS BUENOS Y LOS REGULARES

Con una deficitaria campaña contra el COVID-19, de más de un millón de muertos, aunque esa cuenta es sobre todo de Trump, Biden quedó debilitado. Sumando la alta inflación interanual del 8,6 por ciento en mayo, récord en 40 años, y la guerra comercial y por ahora política que viene perdiendo con China, más las consecuencias de la guerra en Ucrania fomentada por la OTAN, el gobierno de Biden entró debilitado a Los Ángeles. Y salió peor aún. Aún se lame las heridas de que 21 países de la región ya son firmantes del plan de infraestructura internacional de China, conocido como la nueva Ruta de la Seda.

Los tres gobiernos antiimperialistas que fueron excluidos recibieron apoyos, por ahora más políticos que concretos, de la CELAC con presidencia de turno de Alberto Fernández. Biden quiso castigar al terceto pensando en ganar votos en el electorado derechista de La Florida y otros estados, pero puede perder a dos puntas. Esos votos pueden ir a manos de los republicanos. Y Díaz Canel, Maduro y Ortega fueron arropados por el cariño o respeto o simpatía, según los casos, de la región.

El presidente que sale mejor parado fue el mexicano AMLO, que tuvo mucha confrontación con Biden. Lo había adelantado en septiembre del año pasado como anfitrión de la VI Cumbre de la CELAC, cuando pidió que ésta suplante a la OEA liderada por Almagro, un amanuense antes de Trump, hoy de Biden y mañana del que sea.

Alberto Fernández había amagado con no viajar si se mantenían las exclusiones. Clásico de su movimiento pendular, al final fue con numerosa comitiva. Además de su discurso anti exclusiones, sus fotos con el matrimonio Biden y sus conversaciones con Jair Bolsonaro y el canadiense Trudeau, Fernández se reunió con los CEOs de Google y General Motors buscando más inversiones. Quiere más dólares para pagar la terrible deuda renegociada con el FMI.

La crítica a esa búsqueda de inversiones y a las charlas vacías no debe bajarle el precio a su positivo discurso oficial. Criticó las exclusiones, cuestionó el bloqueo y sanciones contra Cuba y Venezuela (no dijo ni mu sobre Nicaragua), pidió la remoción de la dirección de la OEA responsabilizándola por el golpe de Estado en Bolivia en 2019 y criticó el robo de la presidencia del BID, que correspondía a un latinoamericano (aunque no hay mucha diferencia entre Mauricio Claver-Carone y Gustavo Béliz).

Ese mensaje fue una grata sorpresa, sobre todo de un presidente que había firmado en marzo un vergonzoso acuerdo con el FMI y condenado “la invasión de Rusia” a Ucrania. La diplomacia tiene esos matices, sorpresas y contradicciones. Mejor es un discurso tercermundista que otro neoliberal. Muchísimo mejor es cuando las palabras van acompañadas de hechos concretos; cuando la política baja del escenario y camina en la calle en la dirección que necesitan los más humildes.

SERGIO ORTIZ

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