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Hay que seguir la lucha por las reivindicaciones obreras

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El gobierno de Alberto Fernández merece buena onda de parte de la clase trabajadora, que lo votó mayoritariamente y que con los primeros anuncios fortalece esa expectativa.  

Por ejemplo, se habla de aumento en las jubilaciones mínimas y planes sociales; no tan claramente pero también se dice que habrá aumento en los salarios en forma de suma fija. En Salud se dijo que habrá medicamentos gratis para quienes cobren la jubilación mínima. En Desarrollo Social se pone en marcha el programa contra el Hambre. En Buenos Aires Kicillof suspendió el aumento de tarifas de luz que había dispuesto para enero Vidal.

Con esas medidas iniciales nadie en su sano juicio planteará hacer de inmediato un paro general de la clase obrera. Hay que dejar pasar un tiempo más bien breve para ver bien qué medidas toma Fernández.

De todas maneras, está claro también que esas necesidades de los trabajadores, jubilados, precarizados, etc, existen y son muy urgentes. Hay un 10,6 por ciento de desocupados. La precarización laboral roza el 35 por ciento. Hay 40 por ciento de pobres, unos 18 millones de personas. Los salarios han sido desbordados por la inflación, por ejemplo, en judiciales de Córdoba están con un plan de lucha porque en 2019 tuvieron sólo 25 por ciento, siendo que el Indec dijo que la inflación acumulada es del 48,3 y es 52,1 por ciento en los últimos doce meses.

Entonces hay una contradicción. Una cosa es no lanzar paros generales ni hacer declaraciones de guerra a quien aún no hizo daño, el gobierno del Frente de Todos. Y otra cosa es que el movimiento obrero se cruce de brazos y abandone la movilización contra las patronales privadas y el mismo Estado, en sus distintos niveles, ante los cuales debe reclamar el pago de salarios justos, con cláusula gatillo y aumentos en blanco, no con sumas remunerativas y en negro.

La mayoría de la dirigencia sindical nacional, especialmente la CGT en su Consejo Directivo, no mueve un dedo por esos reclamos tan justos. Abandonaron la exigencia de un bono de fin de año, aceptando la imposición de la UIA y los monopolios: se negociará por sector.

Daer y compañía no han exigido al nuevo presidente un aumento salarial que lleve el mínimo a 25.000 pesos, que queda por debajo de la canasta básica total para una familia tipo, de 35.647 pesos. 

Por el contrario, esa burocracia considera que “a partir del 10 de diciembre los trabajadores y los gremios serán parte del gobierno”. Se consideran parte del gobierno, pero no tienen mayor incidencia por arriba y menos aún intentan tener a partir de la movilización de sus bases, por abajo.

El conjunto de la dirigencia gremial está en esa postura paralizante, también Moyano, Palazzo y corrientes que hasta agosto pasado estaban movilizando. La CTA de Yasky, que ya venía muy desdibujada, luego de su congreso donde por unanimidad decidió ingresar a la CGT de Azopardo, se debilitó aún más. El agravante es que Daer no les autorizó el ingreso.

El nuevo ministro de Trabajo es Claudio Moroni, que estuvo trabajando en Sindicatura General de la Nación, Anses, Afip y otras dependencias desde tiempos de Menem, Duhalde, Kirchner y CFK. Pinta mejor que Triaca y Sica, pero de allí no surge que los trabajadores deban quedarse en casa y confiar en él.

Además de las reivindicaciones urgentes hay cuestiones políticas por resolver. La burocracia sindical quiere ser parte del Pacto Social con el gobierno y los monopolios de la UIA. El PL y las ABC se ubica en las antípodas de ese pacto típicamente peronista, ya fracasado entre 1973 y 1975. Lo que se necesita no es un contubernio con los monopolios, sino una unidad nacional patriótica y popular, del gobierno con las entidades representativas de los trabajadores, Pymes, universidades, pequeños productores, comerciales y agricultores, empresas recuperadas, cooperativas y sobre todo empresas estatales surgidas de la nacionalización de la banca, el comercio exterior, la siderurgia y la energía. Esos objetivos estaban en los programas históricos del movimiento obrero, que la burocracia traicionó.

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