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El fascismo y la clase obrera – Parte 1

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¡Camaradas! Ya el VI Congreso Internacional Comunista previno al proletariado internacional sobre la maduración de una nueva ofensiva fascista, llamándolo a la lucha contra ella. El Congreso señaló que “casi en todas partes existen tendencias fascistas y gérmenes de un movimiento fascista en forma más o menos desarrollada”.
Bajo las condiciones de la profunda crisis económica desencadenada, de la violenta agudización de la crisis general del capitalismo, de la revolucionización de las masas trabajadoras, el fascismo ha pasado a una amplia ofensiva. La burguesía dominante busca cada vez más su salvación en el fascismo para llevar a cabo medidas expcionales de expoliación contra los trabajadores, para preparar una guerra imperialista de rapiña, el asalto contra la Unión Soviética, para preparar la esclavización y el reparto de China e impedir, por medio de todo esto, la revolución.
Los círculos imperialistas intentan descargar todo el peso de la crisis sobre las espaldas de los trabajadores. Para esto, necesitan el fascismo.
Tratan de resolver el problema de los mercados mediante la esclavización de los pueblos débiles, mediante el aumento de la presión colonial y un nuevo reparto del mundo por la vía de la guerra. Para esto, necesitan el fascismo.
Intentan adelantarse al crecimiento de las fuerzas de la revolución mediante el aplastamiento del movimiento revolucionario de los obreros y campesinos y el ataque militar contra la Unión Soviética, baluarte del proletariado mundial. Para esto, necesitan el fascismo.
En una serie de países -particularmente en Alemania- estos círculos imperialistas lograron, antes del viraje decisivo de las masas hacia la revolución, infligir al proletariado una derrota e instaurar la dictadura fascista.
Pero carácteríristica de la victoria del fascismo es precisamente la circunstancia de que esta victoria atestigua por una parte la debilidad del proletariado, desorganizado y paralizado por la política escisionista socialdemócrata de colaboración de clase con la burguesía y, por otra parte, revela la debilidad de la propia burguesía que tiene miedo a que se realice la unidad de lucha de la clase obrera, que teme a la revoluciín y no está ya en condiciones de mantener su dictadura sobre la masas con los viejos métodos de la democracia burguesa y del parlamentarismo.

El carácter de clase del fascismo

El fascismo en el poder, camaradas, es, como acertadamente lo ha caracterizado el XIII Pleno del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.
La variedad má:s reaccionaria del fascismo es la de tipo alemán. Tiene la osad&iacuet;a de llamarse nacionalsocialismo, a pesar de no tener nada de común con el socialismo. El fascismo alemán no es solamente un nacionalismo burgués, es un chovinismo bestial. Es el sistema de gobierno del bandidaje político, un sistema de provocaciones y torturas contra la clase obrera y los elementos revolucionarios del campesinado, de la pequeña burguesía y de los intelectuales. Es la crueldad y la barbarie medievales, la agresividad desenfrenada contra los demás pueblos y países.
El fascismo alemán actúa como destacamento de choque de la contrarrevolución internacional, como incendiario principal de la guerra imperialista, como instigador de la cruzada contra la Unión Soviética, la gran Patria de los trabajadores de todo el mundo.
El fascismo no es una forma de Poder Estatal, que esté, como se pretende, “por encima de ambas clases, del proletariado y de la burguesía”, como ha afirmado, por ejemplo, Otto Bauer. No es “la pequeñ,a burguesía sublevada que se ha apoderado del aparato del Estado”, como declara el socialista inglés Brailsford. No, el fascismo no es un poder situado por encima de las clases, ni el poder de la pequeña burguesía o del lumpenproletariado sobre el capital financiero. El fascismo es el poder del propio capital financiero. Es la organización del ajuste de cuentas terrorista con la clase obrera y el sector revolucionario de los campesinos y de los intelectuales. El fascismo, en política exterior, es el chovinismo en su forma más brutal que cultiva un odio bestial contra los demás pueblos.
Hay que recalcar de un modo especial este carácter verdadero del fascismo, porque el disfraz de la demagogia social ha dado al fascismo, en una serie de países, la posibilidad de arrastrar consigo a las masas de la pequeña burguesía, sacadas de quicio por la crisis, e incluso a algunos sectores de las capas más atrasadas del proletariado, que jamás hubieran seguido al fascismo si hubiesen comprendido su verdadero carácter de clase, su verdadera naturaleza.
El desarrollo del fascismo y la propia dictadura fascista revisten en los distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y económicas, las particularidades nacionales y la posición internacional de cada país. En unos países, principalmente allí, donde el fascismo no cuenta con una amplia base de masas y donde la lucha entre los distintos grupos en el campo de la propia burguesía fascista es bastante dura, el fascismo no se decide inmediatamente a acabar con el parlamento y permite a los demás partidos burgueses, así como a la socialdemocracia, cierta legalidad. En otros países, donde la burguesía dominante teme el próximo estallido de la revolución, el fascismo establece el monopolio político ilimitado, bien de golpe y porrazo, bien intensificando cada vez más el terror y el ajuste de cuentas con todos los partidos y agrupaciones rivales, lo cual no excluye que el fascismo, en el momento en que se agudezca de un modo especial su situación, intente extender su base para combinar -sin alterar su carácter de clase- la dictadura terrorista abierta con una burda falsificación del parlamentarismo.
La subida del fascismo al poder no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de la burguesía -la democracia burguesa- por otra, por la dictadura terrorista abierta. Pasar por alto esta diferencia sería un error grave, que impediría al proletariado revolucionario movilizar a las más amplias capas de los trabajadores de la ciudad y del campo para luchar contra la amenaza de la toma del poder por los fascistas, así como aprovechar las contradicciones existentes en el campo de la propia burguesía. Sin embargo, no menos grave y peligroso es el error de no apreciar suficientemente el significado que tienen para la instauración de la dictadura fascista las medidas reaccionarias de la burguesía que se intensifican actualmente en los países de democracia burguesia, medidas que reprimen las libertades democráticas de los trabajadores, restringen y falsean los derechos del parlamento y agravan las medidas de represión contra el movimiento revolucionario.
Camaradas, no hay que representarse la subida del fascismo al poder de una forma tan simplista y llana, como si un comité cualquiera del capital financiero tomase el acuerdo de implantar en tal o cual día la dictadura fascista. En realidad, el fascismo llega generalmente al poder en lucha, a veces enconada, con los viejos partidos burgueses o con determinada parte de éstos, en lucha incluso en el seno del propio campo fascista, que muchas veces conduce a choques armados, como hemos visto en Alemania, Austria y otros países. Todo esto, sin embargo, no disminuye la significación del hecho de que, antes de la instauración de la dictadura fascista, los gobiernos burgueses pasen habitualmente por una serie de etapas preparatorias y realicen una serie de medidas reaccionarias, que facilitan directamente el acceso del fascismo al poder. Todo el que no luche en estas etapas preparatorias contra las medidas reaccionarias de la burguesía y contra el creciente fascismo, no está en condiciones de impedir la victoria del fascismo, sino que, por el contrario, la facilitará.
Los jefes de la socialdemocracia encubrieron y ocultaron ante las masas el verdadero carácter de clase del fascismo y no llamaron a la lucha contra las medidas reaccionarias cada vez más graves de la burguesía. Sobre ellos pesa una gran responsabilidad histórica por el hecho de que, en los momentos decisivos de la ofensiva fascista, una parte considerable de las masas trabajadoras de Alemania y de otra serie de países fascistas no reconociese en el fascismo a la fiera sedienta de sangre del capital financiero, a su peor enemigo y que estas masas no estuvieran preparadas para hacerle frente.
¿De dónde emana la influencia del fascismo sobre las masas? El fascismo logra atraerse las masas porque especula de forma demagógica con sus necesidades y exigencias más candentes. El fascismo no sólo azuza los prejuicios hondamente arraigados en las masas, sino que especula también con los mejores sentimientos de éstas, con su sentimiento de justicia y, a veces, incluso con sus tradiciones revolucionarias. ¿Por qué los fascistas alemanes, esos lacayos de la gran burguesía y enemigos mortales del socialismo, se hacen pasar ante las masas por «socialistas» y presentan su subida al poder como una «revolución»? Porque se esfuerzan por explotar la fe en la revolución y la atracción del socialismo que viven en el corazón de las amplias masas trabajadoras de Alemania.
El fascismo actúa al servicio de los intereses de los imperialistas más agresivos, pero ante las masas se presenta bajo la máscara de defensor de la nación ultrajada y apela al sentimiento nacional herido, como hizo, por ejemplo, el fascismo alemán que arrastró consigo las masas pequeño burguesas con la consigna de “¡Contra Versalles!”.
El fascismo aspira a la más desenfrenada explotación de las masas, pero se acerca a ellas con una demagogia anticapitalista, muy hábil, explotando el profundo odio de los trabajadores contra la burguesía rapaz, contra los bancos, los trusts y los magnates financieros y lanzando las consignas más seductoras para el momento dado, para las masas que no han alcanzado una madurez política; en Alemania: “Nuestro Estado no es un Estado capitalista, sino un Estado corporativo”; en el Japón: “por un Japón sin explotadores”; en los Estados Unidos: “por el reparto de las riquezas”, etc…
El fascismo entrega al pueblo a la voracidad de los elementos más corrompidos y venales, pero se presenta ante él con la reivindicación de un “gobierno honrado e insobornable”. Especulando con la profunda desilusión de las masas sobre los gobiernos de democracia burguesa, el fascismo se indigna hipócritamente ante la corrupción (véase, por ejemplo, el caso Barmat y Sklarek en Alemania, el caso Staviski en Francia y otros).
El fascismo capta, en interés de los sectores más reaccionarios de la burguesía, a las masas decepcionadas que abandonan los viejos partidos burgueses. Pero impresiona a estas masas por la violencia de sus ataques contra los gobiernos burgueses, por su actitud irreconciliable frente a los viejos partidos de la burguesía.
Dejando atrás a todas las demás formas de la reacción burguesa, por su cinismo y sus mentiras, el fascismo adapta su demagogia a las particularidades nacionales de cada país e incluso a las particularidades de las diferentes capas sociales dentro de un mismo país. Y las masas de la pequeña burguesía, incluso una parte de los obreros, llevados a la desesperación por la miseria, el paro forzoso y la inseguridad de su existencia, se convierten en víctimas de la demagogia social y chovinista del fascismo.
El fascismo llega al poder como el partido del asalto contra el movimiento revolucionario del proletariado, contra las masas populares en efervescencia, pero presenta su subida al poder como un movimiento “revolucionario”, dirigido contra la burguesía en nombre de “toda la nación” y para “salvar” a la nación. (Recordemos la “marcha” de Mussolini sobre Roma, la “marcha” de Pilsudski sobre Varsovia, la “revolución” nacional-socialista de Hitler en Alemania, etc.).
Pero cualquiera que sea la careta con que se disfrace el fascismo, cualquiera que sea la forma en que se presente, cualquiera que sea el camino por el que suba al Poder, el fascismo es la más feroz ofensiva del capital contra las masa trabajadoras;
el fascismo es el chovinismo más desenfrenado y al guerra de rapiña;
el fascismo es la reacción feroz y la contrarrevolución;
el fascismo es el peor enemigo de la clase obrera y de todos los trabajadores.

¿Qué ofrece a las masas el fascismo victorioso?

El fascismo prometió a los obreros un «salario justo», en realidad les colocó a un nivel de vida aun más bajo, más miserable. Prometió trabajo a los parados; en realidad les proporcionó mayores torturas de hambre y trabajo forzado de esclavos. En realidad, el fascismo convierte a los obreros y a los parados en parias de la sociedad capitalista, desprovistos de todo derecho, destruye sus sindicatos, les arrebata el derecho a la huelga y de prensa obrera, los enrola por la fuerza en las organizaciones fascistas, les roba los fondos de los seguros sociales, convierte las fábricas y los talleres en cuarteles, donde reina el despotismo desenfrenado de los capitalistas.
El fascismo prometió a la juventud trabajadora abrirle un camino ancho hacia un porvenir esplendoroso. En realidad, trajo a la juventud despidos en masa de las empresas, campamentos de trabajo y ejercicios militares incesantes con vistas a una guerra de conquista.
El fascismo prometió a los empleados, a los pequeños funcionarios, a los intelectuales, asegurarles la existencia, acabar con la omnipotencia de los trusts y con la especulación del capital bancario. En realidad, los lanzó a una mayor desesperación e inseguridad en el día de mañana, los somete a una nueva burocracia formada por sus partidarios más obedientes, crea una dictadura insoportable de los trusts, siembra en proporciones nunca vistas la corrupción y la descomposición.
El fascismo prometió a los campesinos arruinados y depauperados acabar con el vasallaje de las deudas, suprimir el pago de las rentas e incluso expropiar sin inemnización la tierra de los terratenientes en favor de los campesinos sin tierra y arruinados. En realidad, entrega al campesinado trabajador a la esclavitud sin precedentes de los trusts y del aparato del Estado fascista y aumenta hasta lo indecible la explotación de las masas fundamentales del campesinado por los grandes terratenientes, los bancos y los usureros.
“Alemania será un país campesino, o no perdurará”, declaró solemnemente Hitler. ¿Pero qué han obtenido los campesinos de Alemania bajo Hitler? ¿Una moratoria que ya está derogada? ¿O la ley que, regulando el régimen hereditario de las haciendas campesinas, expulsa del campo a millones de hijos e hijas de campesinos y los convierte en mendigos? Los braceros del campo se ven convertidos en semisiervos, a los que se ha arrebatado incluso el derecho elemental de libre desplazamiento. Al campesinado trabajador se le ha despojado de la posibilidad de vender los productos de su hacienda en el mercado.
¿Y en Polonia?
«El campesino polaco -escribe el periódico Chas- emplea métodos y medios que sólo se aplicaron seguramente en los tiempos de la Edad Media: conserva el fuego en la estufa y se lo presta a sus vecinos, divide en varias partes las cerillas. Los campesinos se dan unos a otros los restos de jabón negro. Hierven los barriles de arenques para obtener agua salada. Esto no es ningún cuento, sino la verdadera situación reinante en el campo, de la que cualquiera puede convencerse por sí mismo».
¡Y esto, camaradas, no lo escribe ningún comunista, sino un periódico reaccionario polaco!
Pero no es todo, no mucho menos. Día tras día, en los campos de concentración de la Alemania fascista, en los sótanos de la GESTAPO (policía secreta), en las mazmorras polacas, en los calabozos de la policía secreta búlgara y finlandesa, en la «Glawniatsch» de Belgrado, en la «Siguranta» rumana, en las islas italianas, los mejores hijos de la clase obrera, los campesinos revolucionarios, los que luchan por un porvenir más bello de la humanidad son sometidos a tratos violentos y escarnios tan repugnantes que ante ellos palidecen los crímenes más abominables de la policía secreta zarista. El criminal fascismo alemán convierte a los maridos, en presencia de sus mujeres, en masas de carne sanguinolenta, envía a las madres en paquetes postales las cenizas de sus hijos asesinados. La esterilización se ha convertido en un medio político de lucha. A los presos antifascistas recluidos en las cámaras de tortura les inoculan por la fuerza sustancias venenosas, les rompen las manos, les arrancan los ojos, les cuelgan por los pies, les inyectan agua con bomba, les recortan cruces gamadas en su carne.
Tengo delante un resumen estadístico del Socorro Rojo Internacional sobre los asesinados, heridos, presos, mutilados y torturados en Alemania, Polonia, Italia, Austria, Bulgaria y Yogoeslavia. Solamente en Alemania, bajo el gobierno de los nacionalsocialistas, fueron asesinadas más de 4.200 personas; detenidas 317.800; y 218.600 obreros, campesinos, empleados e intelectuales antifascistas, comunistas, socialdemócratas y miembros de las organizaciones cristianas de oposición fueron heridos y sometidos a torturas crueles. En Austria, desde los combates de febrero del año pasado fueron asesinadas 1.900 personas; 10.000 heridas y mutiladas; y 40.000 obreros revolucionarios detenidos por el gobierno fascista “cristiano”. Y este resumen, camaradas, dista mucho de ser completo.
Me cuesta trabajo encontrar palabras con que expresar toda la indignación que nos embarga al pensar en las torturas que hoy sufren los trabajadores en una serie de países fascistas. Las cifras y hechos que nosotros señalamos no reflejan ni la centésima parte del cuadro verdadero de la explotación y las torturas, del terror de los guardias blancos que llenan la vida cotidiana de la clase obrera en los distintos países capitalistas. Ningún libro, por voluminoso que fuera, podría dar una idea clara de las incontables bestialidades del fascismo contra los trabajadores.
Con honda emoción y odio contra los verdugos fascistas, inclinamos las banderas de la Internacional Comunista ante la memoria inolvidable de John Scheer, Fiede Schulze, Lütgens, en Alemania, de Koloman Walish y Munichreiter, en Austria; de Sallai y Füsrts, en Hungría; de Kofardshiev, Lutibrodski y Voikov, en Bulgaria, ante la memoria de los miles y miles de obreros, campesinos, representantes de los intelectuales progresistas, comunistas, socialdemócratas y sin partido, que han dado su vida luchando contra el fascismo.
Desde esta tribuna saludamos al jefe del proletariado alemán y Presidente de honor de nuestro Congreso, al camarada Thaelmann (fuertes aplausos, todos en la sala se ponen en pie), saludamos a los camaradas Rakosi, Gramsci, (fuertes aplausos, todos en la sala se ponen en pie), Anticainen. Saludamos a Tom Mooney, que viene sufriendo 18 años de cárcel y a los millares de prisioneros del capital y del fascismo (fuertes aplausos) y les decimos: “¡Hermanos de lucha! ¡Compañeros de armas! ¡No os hemos olvidado! Estamos con vosotros. Entegamos todas las horas de nuestra vida, hasta la última gota de nuestra sangre, por arrancaros y arrancar a todos los trabajadores del ignominioso régimen fascista”. (Fuertes aplausos, todos en la sala se ponen en pie)
¡Camaradas! Ya Lenin nos había advertido que la burguesía puede conseguir, cayendo sobre los trabajadores con el terror má feroz, rechazar durante períodos cortos de tiempo las fuerzas crecientes de la revolución, pero que, a pesar de ello, no podría salvarse del hundimiento.
«La vida -escribía Lenin- seguirá su curso. Ya puede la burguesía arrebatarse, enfurecerse hasta el paroxismo, excederse, cometer tonterías, vengarse por anticipado de los bolcheviques y tratar de exterminar (en India, en Hungría, en Alemania, etc.) a centenares de miles de bolcheviques del mañana o del ayer; al proceder así, la burguesía procede como todas las clases condenadas por la historia al hundimiento. Los comunistas deben saber que, sea lo que fuere, el porvenir les pertenece. Por esto, podemos y debemos combinar en la gran lucha revolucionaria el mayor apasionamiento con la más serena y sobria apreciación de las convulsiones de la burguesía».
Sí, si nosotros y el proletariado del mundo entero marchamos con firmeza por la senda que nos ha trazado Lenin, la burguesía se hundirá a pesar de todo.(Aplausos).

¿Es inevitable la victoria del fascismo?

¿Por qué y de qué modo ha podido triunfar el fascismo? El fascismo es el peor enemigo de la clase obrera y de los trabajadores. El fascismo es el enemigo de las nueve décimas partes del pueblo alemán, de las nueve décimas partes del pueblo austríaco, de las nueve décimas partes de los otros pueblos de los países fascistas. ¿Cómo y de qué modo ha podido triunfar este enemigo ecarnizado?
El fascismo pudo llegar al poder, ante todo, porque la clase obrera, gracias a la política de colaboración de clase con la burguesía, practicada por los jefes de la socialdemocracia, se hallaba escindida, política y orgánicamente desarmada frente a la burguesía que despliega su ofensiva, y los partidos comunistas no eran lo suficientemente fuertes para poner en pie a las masas y conducirlas a la lucha decisiva contra el fascismo, sin la socialdemocracia y contra ella.
¡Así es! Que los millones de obreros socialdemócratas, que ahora sufren con sus hermanos comunistas los horrores de la barbarie fascista, mediten seriamente sobre esto: si en el año 1918, cuando estalló la revolución en Alemania y en Austria, el proletariado alemán y austríaco no hubiera seguido la dirección socialdemócrata, de Otto Bauer, Friedrich Adler y Renner en Austria, a Ebert y Scheidemann en Alemania y hubieran marchado por al senda de los bolcheviques rusos, por la senda de Lenin, hoy no habría fascismo ni en Austria, ni en Alemania, ni en Italia, ni en Hungría, ni en Polonia, ni en los Balcanes. No sería la burguesía, sino la clase obrera la dueña de la situación en Europa desde hace mucho tiempo. (Aplausos).
Fijémonos, por ejemplo, en la socialdemocracia austríaca. La revolución de 1918 la elevó a enorme altura. Tenía el poder en sus manos; tenía fuertes posiciones dentro del ejército, dentro del aparato del Estado. Apoyándose en estas posiciones, pudo matar en germen al naciente fascismo, pero fue cediendo, sin resistencia, una tras otra, las posiciones de la clase obrera. Permitió a la burguesía fortalecer su poder, anular la Constitución, depurar el aparato del Estado, el ejército y la policía de funcionarios socialdemócratas, arrebatar a los obreros su arsenal. Permitía a los bandidos fascistas asesinar impunemente a obreros socialdemócratas, aceptó las condiciones del pacto de Hüttenberg, que abrió las puertas de las empresas a los elementos fascistas. Al mismo tiempo, los jefes de la socialdemocracia engañaban a los obreros con el programa de Linz, en el que se preveía la alternativa del empleo de la fuerza armada contra la burguesía y la instauración de la dictadura del proletariado, asegurándoles que si las clases gobernantes apelasen a la violencia contra la clase obrera, el partido contestaría con el llamamiento a la huelga general y la lucha armada. ¡Como si toda la política de preparación del ataque fascista contra la clase obrera no fuese una cadena de actos de violencia encubiertos por medio de formas constitucionales! Incluso en vísperas de los combates de febrero y en transcurso de éstos, la dirección de la socialdemocracia austríaca abandonó al heroico «Schutzbund» en la lucha, aislado de las amplias masas, y condenó al proletariado austríaco a la derrota.
¿Era inevitable la victoria del fascismo en Alemania?
No, la clase obrera alemana pudo haberla impedido.
Pero, para ello, tenía que haber conseguido establecer el frente único proletario antifascista, obligar a los jefes de la socialdemocracia a poner fin a su cruzada contra los comunistas y aceptar las reiteradas proposiciones del Partido Comunista sobre la unidad de acción contra el fascismo.
No tenía que haberse dado por satisfecho ante la ofensiva del fascismo y la gradual liquidación de las libertades democrático-burguesas por la burguesía, con las hermosas resoluciones de la socialdemocracia, sino que debió responder con una verdadera lucha de masas que estorbase la realización de los planes fascistas de la burguesía alemana.
No debió permitir la prohibición de la Liga de los Luchadores del Frente Rojo (Roter Frontkämpferbund), por el gobierno Braun-Severing, sino establecer un contacto de lucha entre el Roter Frontkämpferbund y la Reichsbanner, que enrolaba a casi un millón de afiliados, y obligar a Braun y Severing a armar a ambas organizaciones para rechazar y destruir a las bandas fascistas.
Tenía que haber obligado a los jefes de la socialdemocracia, que estaban al frente del gobierno de Prusia, a tomar medidas de defensa contra el fascismo, detener a los jefes fascistas, suprimir su prensa, confiscar sus recursos materiales y los recursos de los capitalistas que subvencionan al movimiento fascista, disolver las organizaciones fascistas, desarmarlas, etc.
Además, tenía que haber conseguido que se estableciese y ampliase la asistencia social bajo todas sus formas, que se concediesen una moratoria y subsidios para los campesinos afectados por la crisis, a costa de recargos en los impuestos de los bancos y los trusts, para asegurarse por este medio el apoyo del campesinado trabajador. No se hizo, por culpa de la socialdemocracia alemana, y, gracias esto, pudo triunfar el fascismo.
¿Tenían que triunfar la burguesía y la nobleza en España, país donde las fuerzas de la insurrección proletaria se conminan tan ventajosamente con la guerra campesina?
Los socialistas españoles estuvieron representados en el gobierno desde los primeros días de la revolución. ¿Esteblecieron acaso un contacto de lucha entre las organizaciones obreras de todas las tendencias políticas, incluyendo comunistas y anarquistas? ¿Fundieron a la clase obrera en una sola organización sindical? ¿Exigieron acaso la confiscación de todas las tierras de los terratenientes, de la iglesia y conventos a favor de los campesinos para conquistar a éstos para la revolución? ¿Intentaron luchar por la autodeterminación nacional de los catalanes, de los vascos, por la liberación de Marruecos? ¿Limpiaron al ejército de elementos monárquicos y fascistas, preparando el paso de las tropas al lado de los obreros y de los campesinos? ¿Disolvieron la guardia civil, verdugo de todos los movimientos populares, tan odiada por el pueblo? ¿Asestaron algún golpe contra el partido fascista de Gil Robles, contra el podería del clero católico? No, no hicieron nada de esto. Rechazaron las reiteradas proposiciones de los comunistas sobre la unidad de acción contra la ofensiva de la reacción de los burgueses y de los terratenientes y del fascismo. Promulgaron una ley electoral que permitió a la reacción conquistar la mayoría en las Cortes y una serie de leyes que decretaban duras penas contra los movimientos populares, leyes que sirven ahora para juzgar a los heroicos mineros de Asturias. Fusilaron por mano de la guardia civil a los campesinos que luchaban por la tierra, etc.
Así desbrozó la socialdemocracia el camino al poder al fascismo, lo mismo en Alemania que en Austria y que en España, desorganizando y llevando la escisión a las filas de la clase obrera.
Camaradas, el fascismo triunfó también porque el proletariado se encontró aislado de sus aliados naturales. El fascismo pudo triunfar porque logró arrastrar consigo a las grandes masas campesinas, gracias a que la socialdemocracia, en nombre de la clase obrea, llevó a cabo una política que era en el fondo anticampesina. El campesino veía desfilar por el poder una serie de gobiernos socialdemócratas, que personificaban a sus ojos el poder de la clase obrera, pero ninguno de ellos satisfacía las necesidades de los campesinos, ninguno de ellos les entregó la tierra. La socialdemocracia alemana no tocó para nada a los terratenientes, contrarrestó las huelgas de los obreros agrícolas y esto tuvo por consecuencia que los obreros agrícolas de Alemania, ya mucho antes de la subida de Hitler al poder, abandonasen los sindicatos reformistas, pasándose en la mayoría de los casos a los Cascos de Acero y a los nacional-socialistas.
El fascismo pudo triunfar también porque logró penetrar en las filas de la juventud, mientras que la socialdemocracia desviaba a la juventud obrera de la lucha de clases, el proletariado revolucionario tampoco desplegó entre la juventud la necesaria labor de educación y no prestó la suficiente atención a la lucha por sus intereses y aspiraciones específicas. El fascismo captó el ansia de actividad combativa agudizada entre la juventud y atrajo a una parte considerable de ésta a sus destacamentos de combate. La nueva generación de la juventud masculina y femenina no ha pasado por los horrores de la guerra. Sufre sobre sus espaldas todo el peso de la crisis económica, del paro forzoso y de la descomposición de la democracia burguesa. No viendo perspectiva alguna para el porvenir, sectores considerables de la juventud se mostraron especialmente influenciables a la demagogia fascista, que les pintaba un porvenir seductor si el fascismo triunfaba.
En relación con esto, tampoco debemos pasar por alto la serie de errores cometidos por los partidos comunistas, errores que frenaban nuestra lucha contra el fascismo. En nuestras filas existía un imperdonable menosprecio al peligro fascista que todavía no se ha liquidado en todas partes. Semejantes concepciones, como las que antes podíamos encontrar en nuestros partidos, como aquella de que “Alemania no es Italia”, en el sentido de que el fascismo pudo triunfar en Italia, pero su victoria estaba excluida en Alemania, por se un país industrialmente muy desarrollado, un país con una cultura muy elevada, con una tradición de cuarenta años de movimiento obrero, un país, en que es imposible el fascismo, o la concepción, que se mantiene hoy, de que en los países de la democracia burguesa “clásica” no hay base para el fascismo, semejantes concepciones podían y pueden contribuir a amortiguar la atención vigilante frente al peligro fascista y dificultar la movilización del proletariado para la lucha contra el fascismo.
Podríamos citar también no pocos casos, en que los comunistas se vieron sorprendidos inopinadamente por un golpe fascista. Acordaos de Bulgaria, donde la dirección de nuestro Partido adoptó una posición “neutral”, oportunista en el fondo, respecto al golpe de Estado del 9 de junio de 1923; de Polonia, donde en mayo de 1926 la dirección del Partido Comunista, que apreció de una manera errónea las fuerzas motrices de la revolución polaca, no supo distinguir el carácter fascista del golpe de Estado de Pilsudski y marchó a remolque de los acontecimientos; de Finlandia, donde nuestro Partido, basándose en una falsa idea de la fascistización lenta, gradual, dejó triunfar el golpe de Estado fascista, preparado por un grupo dirigente de la burguesía, golpe de Estado que pilló de improviso al Partido y a la clase obrera.
Cuando en nacionalsocialismo había llegado a ser un movimiento amenazador de masas en Alemania, había camaradas, para quienes el gobierno de Brüning era ya el de la dictadura fascista y que declaraban ceñudos: “Si el tercer Reich de Hitler llega un día, será solamente un metro y medio bajo tierra y con el poder obrero vencedor encima de él”.
Nuestros camaradas de Alemania han subestimado durante mucho tiempo el sentimiento nacional herido y la indiginación de las masas contra el Tratado de Versalles, observaban una actitud desdeñosa respecto a las vacilaciones de los campesinos y la pequeña burguesía, tardaron en establecer un programa de emancipación social y nacional y, cuando lo formularon, no supieron adaptarlo a las necesidades concretas y al nivel de las masas. Y ni siquiera supieron popularizarlo ampliamente entre ellas.
La necesidad de desplegar la lucha de masas contra el fascismo ha sido sustituida en varios países por razonamientos estériles sobre el carácter del fascismo “en general” y por una estrechez sectaria respecto a la posición y solución de las tareas políticas actuales del Partido.
Camaradas, si hablamos de las causas de la victoria del fascismo, si señalamos la responsabilidad histórica de la socialdemocracia en la derrota de la clase obrera, si anotamos también nuestros propios errores en la lucha contra el fascismo, no es sencillamente por el gusto de remover el pasado. Nosotros no somos historiadores, situados al margen de la vida, somos militantes combativos de la clase obrera y estamos obligados a dar una contestación a la pregunta que atormenta a millones de obreros: «¿Cabe impedir, y por qué medios, la victoria del fascismo?» Y nosotros contestamos a esos millones de obreros: sí, camaradas, puede cerrarse el paso al fascismo. Es absolutamente posible. ¡Ello depende de nosotros mismos, de los obreros, de los campesinos, de todos los trabajadores!
El impedir la victoria del fascismo depende ante todo de la actitud combativa de la propia clase obrera, de la cohesión de sus fuerzas en un ejército combatiente que luche unido contra la ofensiva del capital y del fascismo. El proletariado, al establecer su unidad de lucha, paralizaría la influencia del fascismo sobre los campesinos, sobre la pequeña burguesía urbana, sobre la juventud y los intelectuales, conseguiría neutralizar a una parte y hacer pasar a su lado a la otra.
En segundo lugar, ello depende de la existencia de un fuerte partido revolucionario que sepa dirigir acertadamente la lucha de los trabajadores contra el fascismo. Un partido que exhorte sistemáticamente a los obreros a retroceder ante el fascismo y permite a la burguesía fascista consolidar sus posiciones, es un partido que conduce a los obreros inevitablemente a la derrota.
En tercer lugar, ello depende de la justa política de la clase obrera respecto al campesinado y a las masas pequeñoburguesas de la ciudad. Hay que tomar a estas masas tal y como son y no como nosotros quisiéramos que fuesen. Sólo en el transcurso de la lucha superarán sus dudas y vacilaciones, si sabemos tratar con paciencia sus inevitables vacilaciones y, si el proletariado les ayuda, se elevarán políticamente a un grado superior de conciencia y de actividad revolucionaria.
En cuarto lugar, ello depende de la atención vigilante y de la actuación oportuna del proletariado revolucionario. No hay que dejarse sorprender inopinadamente por el fascismo; no dejarle la iniciativa; hay que asestarle golpes decisivos, cuando todavía no ha logrado concentrar sus fuerzas; no permitirle afianzarse; hacer frente a cada paso en que se manifieste; no permitirle conquistar nuevas posiciones; como se esfuerza, con éxito, por conseguirlo el proletariado francés.
Tales son las condiciones más importantes para impedir que el fascismo crezca y suba al poder.

El fascismo, un poder cruel, pero precario

La dictadura fascista de la burguesía es un poder cruel, pero precario.
¿En qué consisten las causas principales de la precariedad de la dictadura fascista?
El fascismo, que pretende superar las divergencias y las contradicciones existentes en el campo de la burguesía, viene a agudizar todavía más estas contradicciones.
El fascismo intenta establecer su monopolio político, destruyendo por la violencia los demás partidos políticos. Pero la existencia del sistema capitalista, la existencia de diferentes clases, la agudización de las contradicciones de clases conducen inevitablemente a sacudir y derribar el monopolio político del fascismo. No es el país soviético en el que la dictadura del proletariado es ejercida también por un partido único, pero donde este monopolio político responde a los intereses de millones de trabajadores y se apoya cada vez más sobre la construcción de la sociedad sin clases; en un país fascista, el partido de los fascistas no puede mantener por mucho tiempo su monopolio, porque no está en condiciones de proponerse la misión de suprimir las clases y las contradicciones de clase. Suprime la existencia legal de los partidos burgueses, pero algunos de ellos siguen viviendo ilegalmente y el Partido Comunista avanza, incluso dentro de la ilegalidad, se templa y dirige la lucha del proletariado contra la dictadura fascista. De este modo, el monopolio político del fascismo tiene necesariamente que derrumbarse bajo los golpes de las contradicciones de clase.
Otra de las causas de la precariedad de la dictadura fascista estriba en que el contraste entre la demagogia anticapitalista del fascismo y la política del enriquecimiento más rapaz de la burguesía monopolista permite desenmascarar el fondo de clase del fascismo, quebrantar y reducir su base de masas.
Además, la victoria del fascismo provoca el odio profundo y la indignación de las masas, contribuye a revolucionarlas e imprime un poderoso impulso al frente del proletariado contra el fascismo.
Llevando a cabo la política del nacionalismo económico (autarquía) y apropiándose la mayor parte de los ingresos de la nación para la preparación de la guerra, el fascismo socava toda la economía del país y agudiza la guerra económica entre los Estados capitalistas. Imprime a los conflictos, que surgen en el seno de la burguesía, un carácter violento y no pocas veces sangriento, minando así la estabilidad del poder estatal fascista a los ojos del pueblo. Un poder, que asesina a sus propios partidarios, como aconteció en Alemania el 30 de junio del año pasado, un poder como el fascista, contra el cual lucha con las armas en la mano otra parte de la burguesía fascista (putsch nacionalsocialista de Austria, las luchas violentas de distintos grupos fascistas contra los gobiernos fascistas de Polonia, Bulgaria, Finlandia y otros países), este poder no podrá mantener durante mucho tiempo su autoridad a los ojos de las extensas masas pequeñoburguesas.
La clase obrera tiene que saber aprovechar las contradicciones y conflictos existentes en el campo de la burguesía, pero no debe hacerse ilusiones de que el fascismo puede asfixiarse por sí solo. El fascismo no se derrumbará automáticamente. Sólo la actividad revolucionaria de la clase obrera hará que los conflictos, que surgen inevitablemente en el campo de la burguesía, se aprovechen para minar la dictadura fascista y derribarla.
Al liquidar los restos de la democracia burguesa y elevar la violencia abierta a sistema de gobierno, el fascismo socava las ilusiones democráticas y la autoridad de la ley a los ojos de las masas trabajadoras. Hay que añadir que esto sucede en países como, por ejemplo, Austria y España, donde los obreros han luchado con las armas en la mano contra el fascismo. El Austria, la lucha heroica del Schutzbund y de los comunistas hizo temblar, a pesar de la derrota, desde un principio la firmeza de la dictadura fascista.
En España, la burguesía no logró amordazar a los trabajadores. Las luchas armadas de Austria y España han hecho que masas cada vez más extensas de las clase obrera adquieran conciencia de la necesidad de la lucha revolucionaria de clases.
Sólo filisteos inverosímiles, lacayos de la burguesía, como el más viejo teórico de la Segunda Internacional, Carlos Kautsky, pueden reprochar a los obreros de Austria y España el haber empuñado las armas. ¿Qué aspecto presentaría hoy el movimiento obrero de Austria y España, si la clase obrera de estos países se hubiera dejado guiar por los traidores consejos de los Kautsky? La clase obrera de estos países atravesaría una profunda desmoralización en sus filas
«Los pueblos -dijo Lenin- no pasan en vano por la escuela de la guerra civil. Esta es una escuela dura y en su programa, si es completo, entran también inevitablemente los triunfos de la contrarrevolución, el desenfreno de los reaccionarios enfurecidos, el ajuste de cuentas feroz del viejo poder con los rebeldes, etc. Pero sólo los pedantes declarados y las momias sin juicio pueden lloriquear, lamentándose de que los pueblos pasen por esa escuela llena de tormentos; esta escuela enseña a las clases oprimidas a librar la guerra civil y les enseña cómo triunfa la revolución, acumula en las masas de los esclavos actuales el odio, que los esclavos atemorizados, torpes e ignorantes llevan eternamente dentro y que conduce a los esclavos ya conscientes del oprobio de su esclavitud a las hazañas históricas más grandiosas».
La victoria del fascismo en Alemania provocó, como es sabido, una nueva oleada de ofensiva fascista, que condujo en Austria a la provocación de Dollfuss, en España a nuevas agresiones de la contrarrevolución contra las conquistas revolucionarias de las masas, en Polonia a la reforma fascista de la Constitución y en Francia incitó a los destacamentos armados de los fascistas a un intento de golpe de Estado en febrero de 1934. Pero esta victoria y la furia de la dictadura fascista han provocado sobre el plano internacional un contramovimiento de frente único proletario contra el fascismo. El incendio del Reichstag, que era la señal para la ofensiva general del fascismo contra la clase obrera, el atraco y expoliación contra los sindicatos y otras organizaciones obreras, los gritos de los antifascistas torturados en las mazmorras de los cuarteles y en los campos de concentración fascistas, revelan palpablemente a las masas adónde ha conducido el juego escisionista y reaccionario de los jefes de la socialdemocracia alemana, que rechazaron las propuestas de los comunistas para luchar unidos contra el fascismo agresor, y las convencen de la necesidad de unificar todas las fuerzas de la clase obrera para el derrocamiento del fascismo.
En Francia, la victoria de Hitler dio también un impulso decisivo a la creación del frente único de la clase obrera contra el fascismo. La victoria de Hitler no ha engendrado en los obreros solamente el temor por la suerte de los obreros alemanes, no sólo ha encendido el odio contra los verdugos de sus hermanos de clase alemanes, sino que, además, ha fortalecido su decisión de no permitir de ningún modo que suceda en su país lo que ha sucedido con la clase obrera en Alemania. La poderosa gravitación hacia el frente único en todos los países capitalistas pone de manifiesto que no han sido en vano las enseñanzas de la derrota. La clase obrera comienza a actuar de un modo nuevo. La iniciativa de los partidos comunistas en la organización del frente único y la abnegación sin límites de los comunistas, de los obreros revolucionarios, en la lucha contra el fascismo, acrecentaron, en proporciones nunca vistas, la autoridad de la Internacional Comunista. Al mismo tiempo, se desarrolla una honda crisis en el seno de la Segunda Internacional, crisis que se manifiesta y subraya con una claridad especial después de la bancarrota de la socialdemocracia alemana. Los obreros socialdemócratas pueden convencerse cada vez más palpablemente de que la Alemania fascista, con todos sus horrores y barbarie, es, en última instancia, una consecuencia de la política socialdemócrata de la colaboración de clase con la burguesía. Estas masas ven cada vez más claro que el camino, por el cual llevaron al proletariado los jefes de la socialdemocracia alemana, no debe repetirse. Jamás se ha dado en el campo de la Segunda Internacional ub desconcierto ideológico tan grande. En el seno de todos los partidos socialdemócratas, se opera un proceso de diferenciación. En sus filas se destacan dos campos básicos;: junto al campo existente de los elementos reaccionarios, que intentan por todos los medios mantener en pie el bloque de la socialdemocracia con la burguesía y rechazan rabiosamente el frente único con los comunistas, comienza a formarse el campo de los elementos revolucionarios, que abrigan dudas acerca de la justeza de la política de coaboración de clase con la burguesía, que abogan por la creación de un frente único con los comunistas y comienzan a pasarse cada vez en mayor grado a las posiciones de la lucha revolucionaria de clases.
Así, el fascismo, que ha surgido como resultado de la decadencia del sistema capitalista, actúa a fin de cuentas como un factor de su ulterior descomposición. Así, el fascismo, que ha asumido la tarea de enterrar al marxismo, la movimiento revolucionario de la clase obrera, él mismo lleva, como resultado de la dialéctica de la vida y de la lucha de clases, al desarrollo de las fuerzas llamadas a ser enterradoras, las enterradoras del capitalismo.

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