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Amazonas en llamas y ¿por casa cómo andamos?

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Agosto tuvo récord de incendios en la Amazonia de Brasil y en menor medida en Chiquitania, Bolivia. Entre enero y el 21 de agosto de este año se han registrado 75.336 focos de incendio en Brasil, un 84% más que en el mismo periodo de 2018, según el Programa de Quemas del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE).  Entre los más afectados, los estados de Rondonia y Acre.

Las estadísticas son de institutos oficiales brasileños, que vienen sufriendo limitaciones presupuestarias y vaciamiento de su personal porque al presidente Jair Bolsonaro, alias Bolsonazi, no le importa la cuestión ambiental.

Un documento del Ministerio Público Federal del 7 de agosto pasado y enviado al Instituto Brasileño del Medio Ambiente (Ibama), alertaba que productores rurales iniciarían “quemas” en la región de Novo Progresso, en Pará. Los incendios apuntan a que esas hectáreas queden en condiciones de sembrar o ser aptos para la crianza de ganado. El gobierno brasileño no hizo caso de ese anuncio.

Todas las miradas van hacia Bolsonaro porque venía planteando ampliar las fronteras agropecuarias en el Amazonas, con un discurso desarrollista habitual en estos casos. Al exmilitar no le importa el medio ambiente. Es más, siguiendo el libreto de su amigo Donald Trump, está convencido que la causa ecologista es un asunto de “izquierdistas”, al punto de deslizar la acusación, casi directa, que los incendios pudieron ser provocados por Organizaciones No Gubernamentales.

La ligazón del presidente de Brasil con el magnate que manda en la Casa Blanca no es antojadiza en esta temática. Una de las primeras medidas de política internacional que adoptó Trump fue el retiro de EE UU de los convenios sobre Cambio Climáticos firmados en 2015 en París por la abrumadora mayoría del mundo.

A la brutalidad neonazi no le importan las miles de especies de animales y plantas  propias de la Amazonia, ni el impacto que su reducción y hasta desaparición pueden causar en el clima, las lluvias, la atmósfera y el nivel de los ríos del mayor pulmón verde del mundo. Y menos le importan los 305 pueblos indígenas que viven en esa zona. En su escala de valores, los indígenas ocupan el último lugar, junto con las mujeres, negros y homosexuales. “¡Que se quemen todos!”, habrá pensado. Un problema menos.

MUCHA HIPOCRESÍA

Frente a esos incendios, el oportunista presidente francés Emmanuel Macron, aprovechó la reunión en Biarritz del Grupo de los 7 (G-7), para justificar su postura de no convalidar los acuerdos Mercosur-Unión Europea de junio pasado. Su crítica a Bolsonaro en este punto es justa, pero no tanto por las agresiones de Brasilia al medio ambiente. Macron teme que la producción brasileña agropecuaria pueda competir con ventaja contra los subsidiados productores franceses.

Bolsonaro es un neonazi, como Trump, pero Francia no tiene autoridad política ni moral para darle lecciones, vista su conducta depredadora en Africa, Medio Oriente e Indochina, en distintas épocas, sin olvidarnos de Haití.

La oferta del G-7 de una ayuda de 20 millones de dólares fue rechazada por el jefe de Gabinete Onyx Lorenzoni, y aceptada por Bolsonaro a condición que Macron retirara sus críticas. O sea, entraron en tira y afloje político, sin importar el drama del Amazonas.           

Evo Morales, en cambio, dijo que agradecía esa pequeñísima ayuda de Europa, que tenía la obligación de colaborar. El boliviano tiene derecho a decir lo suyo porque en política y por sus ancestros comprende muy bien la importancia de lo ambiental. Y coherente con eso estuvo colaborando en la lucha contra los incendios en Chiquitania.

Otro que tenía mucha autoridad para hablar de crisis ambientales era Fidel Castro. Todavía se recuerda su intervención en la Cumbre de Eco-Río 1992, en Brasil, advirtiendo: “hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para el desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el Hombre”.

Los incendios del Amazonas han sensibilizado al mundo. Esa sensibilidad es diferente, según quién sufre. Cuando el incendio de la Catedral de Notre Dame, en abril pasado, en dos días se juntaron millones de euros para su reconstrucción. No ha sucedido lo mismo con los incendios en Brasil.

Hay gobernantes que se conduelen, falsamente. Mauricio Macri no puede alegar tristeza porque en abril pasado fue a Entre Ríos y defendió las fumigaciones, en contra del amparo judicial que habían interpuesto los pobladores fumigados. Un decreto del gobernador peronista Gustavo Bordet permitía fumigar hasta 100 metros de las escuelas y la justicia estableció mil metros de distancia por tierra y tres mil por aire. Al presidente ese amparo le pareció “irresponsable” y perjudicial al trabajo.

Córdoba, provincia sojera por excelencia, viene desmontando 25.000 hectáreas por año. Le queda sólo el 5 por ciento de los bosques nativos de antaño. El glifosato, semillas transgénicas y Monsanto han envenenado la provincia, con un modelo sojero que, por otro lado, provoca inundaciones gravísimas como las de 2016.

Se ha perdido mucho tiempo desde el 12 de junio de 1992, cuando el líder cubano advirtió: “una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre”. El resplandor del Amazonas alumbra dramáticamente su advertencia.

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