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¿A quién sirve la Inteligencia Artificial?

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            A fines de marzo último, un grupo de CEOs de grandes firmas tecnológicas e investigadores en informática suscribieron una carta abierta en la que llamaron a pausar los “grandes experimentos” en Inteligencia Artificial (IA) porque -advertían- su desarrollo a niveles que compitieran con seres humanxs podía conducir a una catástrofe a escala de la humanidad entera.

            La carta tuvo enorme repercusión en la prensa, tanto especializada como ajena al tema, en parte por la condición de “celebrities” de varios firmantes (como Elon Musk), otro poco por su estilo apto para películas de catástrofe… y otro buen tanto para sacar el foco de temas realmente urgentes que tienen que ver con el desarrollo y el despliegue de las tecnologías en cuestión.

            Vamos a espoilear un poco: las IAs para vigilancia, para reproducir las desigualdades y su desarrollo consolida a un puñado de monopolios.

Avancemos por partes

            ¿Qué es la inteligencia artificial? No hay una definición precisa consensuada, pero podemos referirnos con esa expresión a sistemas que imitan la actividad del pensamiento de seres humanos. No significa que piensen de la misma manera que nosotrxs o con los mismos procesos, sino que se comportan como si estuvieran pensando.

            En los últimos años se han desarrollado métodos y sistemas que “aprenden”, lo que en el contexto de los programas informáticos significa que su comportamiento puede cambiar según los datos que va recolectando. La forma en que aprenden está definida en la programación: hay personas humanas que deciden qué cosas va a tener en cuenta el programa y cuáles son las condiciones en las que se considerará que “aprendió”.

            Muchos sistemas de ese tipo están en uso y el funcionamiento de varios de ellos tiene efectos concretos sobre las personas. Por ejemplo, hay sistemas que deciden si conviene o no darle un crédito a una persona; o a qué postulante es mejor contratar (ese “mejor” es desde la perspectiva del contratante, de la patronal); o a qué docentes, qué enfermerxs, qué profesional despedir de una compañía.

            También están los sistemas de Reconocimiento Facial, usados por policías y vigilantes en todo el mundo, aunque también para el acceso seguro a distintos dispositivos (celulares, por ejemplo).

            Estos sistemas, de la forma en que son creados y usados, son herramientas que ayudan a reproducir las desigualdades. Así, los principales programas de reconocimiento facial aciertan más en hombres blancos que en mujeres indígenas, los sistemas de crédito tienden a darle dinero a quien ya lo tiene, los de apoyo judicial ayudan a condenar a negros, pobres, latinos antes que a potenciales delincuentes con facha de modelos publicitarios.

Esto no es casual, ni es algo intrínseco a la tecnología. Es consecuencia de quiénes son los que desarrollan los sistemas, así como los datos que usan y criterios que se establecen para entrenar a los mismos.

Es el capitalismo, estúpido

            La evolución muy rápida de la IA en los últimos años se relaciona con la capacidad de estos sistemas de trabajar con enormes cantidades de datos para tomar sus decisiones. No trabajan “en el aire”. Necesitan de supercomputadoras y grandes conjuntos de datos, a veces tan grandes que ni siquiera están al alcance de Estados de tamaño medio, como lo expresó el investigador de Oxford, Vili Lehdonvirta. Incluso el consumo energético que requieren es enorme, al punto que el entrenamiento de un gran sistema generativo como ChatGPT gastó tanto como varios miles de hogares argentinos durante dos meses.

            Hay unos pocos actores con el poder de ofrecer una infraestructura tan grande: Microsoft, Amazon, Google y Tencent. Eso les permite controlar a otras compañías que realizan desarrollos en el tema. Microsoft invierte y controla a OpenAI, autora del conocido ChatGPT; Amazon aprovecha para sus servicios los desarrollos de Stability.ai o Hugging Face; y Google está detrás de Anthropic. Tencent es una empresa originaria de Islas Caimán aunque ahora con sede en China.

            En todas son grandes accionistas los gigantescos fondos de inversión como BlackRock, Vanguard, Fidelity Management, y pulpos financieros como JP Morgan. Cabe señalar, no obstante, que el gobierno chino ha dispuesto mayores controles sobre Tencent y Alibaba (que también cuenta con recursos para competir en el tema), aunque ello no habilita a concluir -al menos hasta ahora- que el esquema se está desarmando.

            El desarrollo actual de la IA profundiza la concentración económica global, facilita la expansión de capitales a lo largo del planeta (no necesitan trasladar grandes fábricas ni equipamientos para instalarse en un lugar) y refleja el rol cada vez más determinante del capital financiero. Al mismo tiempo, los desarrollos que hoy están en la cresta de la ola surgen del trabajo de profesionales de todo el globo, e incluso del aporte desinteresado de desarrolladores a través de modelos de software libre y código abierto. Todas esas características son propias del imperialismo como etapa del capitalismo, según expuso Lenin en 1916, de amplia vigencia.

            La IA puede servir para dar soluciones a muchísimos problemas, automatizar tareas riesgosas y/o rutinarias, mejorar y ayudar a descubrir tratamientos médicos. Hoy, con el imperio del capitalismo, con gobiernos que le rinden tributo, estamos mucho más cerca de tragedias del tipo Minority Report (condenar a niñxs por que una IA “predice” que será un “delincuente”) que de Terminator o West World.

            Se requieren políticas específicas para el desarrollo y control en IA, que necesariamente exigen de un enfoque de soberanía nacional y de socialización de los desarrollos.

JORGE RAMÍREZ

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