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Francia: Los explotados responden a la barbarie capitalista

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Desde su aparición y su consolidación a nivel mundial como hegemónico, muchos luchadores sociales, pensadores, académicos, economistas y dirigentes políticos ha debatido acerca del futuro del régimen de producción capitalista. Cabe reconocer que, a pesar de sus más de sus 5 siglos de existencia, las conclusiones hasta ahora han sido diversas y muchas veces contradictorias. Sin embargo, cada vez son más los que afirman que el capitalismo lo único que puede hacer es aumentar el empobrecimiento de los pueblos, las desigualdades y, lo que no es menor, la propia crisis de acumulación del capital sobre todo con la aplicación de las recetas neoliberales. Lo que ha generado en distintos lugares del planeta fuertes resistencias a su aplicación.

El neoliberalismo surgió luego de las debacles de la economía capitalista del siglo XX y como una supuesta respuesta a la intervención del Estado llamado Benefactor que trataba de garantizar una mayor justicia social en el marco del sistema capitalista. En este sentido, el neoliberalismo plantea que la administración privada es mucho más eficiente que la administración pública. Pero más allá de las elucubraciones de los apologistas del capitalismo, el marxismo aclara muy bien lo que se entiende por neoliberalismo cuando afirma que es el proyecto de las clases más ricas para recuperar espacios económicos e inclusive políticos que perdieron sobre todo luego de la II Guerra Mundial y las conquistas obreras que se registraron a lo largo del siglo pasado.

Es en este contexto que habría que analizar las enormes movilizaciones obreras y demás sectores populares en Francia desde mayo de este año en respuesta a la durísima reforma laboral que pretenden imponer el presidente “socialista” François Hollande y su Primer Ministro Manuel Valls. Estos alegan supuestamente superar el estancamiento económico y obedecer a las demandas y presiones sobre todo de Alemania. Entre estas nuevas medidas, estos gobernantes, desconociendo el Código de Trabajo existente y los convenios colectivos, otorgan primacía a la negociación directa entre los empresarios y los trabajadores; establecen condiciones “legales” para justificar los despidos de trabajadores; y fijan un techo en cuanto a las indemnizaciones por cada despido improcedente. Y según Emmanuel Macron, actual Ministro de Economía, es necesario otorgar mayor flexibilidad a las empresas. Es preciso recordar que desde febrero, cuando se empezaba a debatir tal Proyecto, se había registrado un rechazo mayoritario. Sin embargo, el gobierno apuró los trámites y en mayo lo impuso en Diputados y pasó al Senado, sin esperar el resultado del debate parlamentario.

Ante semejantes atropellos a los derechos laborales y democráticos, Francia prácticamente explotó. Las calles no sólo de París sino también de varias otras ciudades se transformaron en escenarios de luchas para hacer fracasar dicha política económica a pesar de las fuertes represiones policiales. A la cabeza de las mismas se encuentra la clase obrera, obligando de alguna manera a las  centrales obreras a salir de su larga letargia. Los estudiantes tampoco se quedaron tranquilos, lo que hace recordar a los más viejos las semanas que marcaron el estallido del mayo francés en 1968 y que terminó con el gobierno del general Charles De Gaulle.

Si bien los tiempos y los actores cambiaron, todo indica que para terminar con este neoliberalismo en Francia hace falta un levantamiento organizado y generalizado. Además, ante esta tragedia que viven los explotados en ese país, sólo ellos -como en cualquier otro lugar del mundo- son capaces de decir ¡Basta! Y, con sus luchas, demostrar que el capitalismo no es la solución para los acuciantes problemas que aquejan a la humanidad.

Ante las crisis de fondo caben dos salidas: la derechista, que en Francia encabeza el Frente Nacional de Marie Le Pen, o una propuesta obrera y popular, que viene atrasada pero puede crecer al calor de esta rebelión.

 

                                                                                                  HENRY BOISROLIN

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