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Entre Borón y Altamira, me quedo toda la vida con Borón

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Atilio Borón escribió el 23/9 una nota sobre las elecciones en Brasil titulada “¿Tiene cura el izquierdismo?”. Allí cuestionaba a los sectores de “ultraizquierda” que allí no querían votar en primera vuelta por Fernando Haddad, el candidato del PT ante la proscripción de Lula (algunos insistirán en el votoblanquismo o no votar en el balotaje del 28/10). Allí Borón tiró algunos palos muy justos a esos sectores trotskistas de Brasil y también en la Argentina, donde el FIT recomendó el voto en blanco en 2015 diciendo que Macri y Scioli “eran lo mismo”.

Mi diferencia menor en este tema con Atilio es que yo pongo comillas a “ultraizquierda” y él no lo hizo, en las siete menciones que hace al sector trosco. Yo pongo comillas para resaltar que no son izquierda ni ultraizquierda sino más bien “ultraizquierda” de palabra y derechismo de hecho.

Recién en el final de su buena nota, Atilio cita a Lenin quien sí pone comillas al hablar de la enfermedad infantil del “izquierdismo”.

Obvio. Altamira no es ningún infante un poco inmaduro, es un veterano trosco electoralista que armó la cooperativa electoral del FIT y terminó perdiendo con Nicolás Del Caño en 2015. Y ahora lo tienen un poco apartado de la dirección del PO: entre Pitrola y Ramal lo mandaron al banco de suplentes.

Mi otra diferencia con Borón es que nosotros mencionamos las conciliaciones y graves limitaciones de la política de Lula y Dilma, que armaron frentes con la centroderecha del PMDB de Michel Temer. Eso terminó mal con el golpe de 2016 contra Dilma. O sea que Temer fue mucho peor que Julio Cobos, el error paralelo de Néstor Kirchner y Cristina entre nosotros en 2007.

Pero reitero: en lo esencial comparto el sentido correcto de la nota de Borón. En Brasil hay que votar por Haddad-D’Avila para evitar la victoria de la ultraderecha fascista de Jair Bolsonaro.

En cambio, la nota de Altamira (“Scioli, Correa, Lula y Bolsonaro”, del 2/10, que no me explico cómo la publica Página/12), se dedica a poner de blanco a Lula, Dilma y Haddad, en vez de sentar en el banquillo al facho Bolsonaro. A Altamira no le importa incluso que Lula esté preso, no se pronuncia por su libertad. Le da prácticamente lo mismo Haddad, socialdemócrata, que Bolsonaro fascista.

Peor aún, su nota pone de blanco al kirchnerismo y aún a uno de sus mejores diputados. Escribió: “Es lo que había intentado sin éxito Kicillof cuando pagó al Club de París, indemnizó a la vaciadora Repsol, firmó el acuerdo “off shore” con Chevron (que el macrismo sigue manteniendo en secreto), devaluó el peso en enero de 2014 y procuró arreglar con los buitres por medio de Fábrega y Brito”.

O sea, le pega más a Kicillof que a Scioli y este más que a Macri. Típico enfoque trotskista que no es capaz de discernir el enemigo principal, ni en el terreno político (porque el PT y los serían casi lo mismo) ni en cuanto a las clases, porque en eso de “ajustar a los capitalistas” no diferencian una Pyme de un monopolio nacional o extranjero, no diferencian una empresa nacional mediana del Fondo Monetario Internacional. Todos serían capitalistas. Y así, al confundir los blancos, al aislar a la clase obrera de sus aliados tácticos o de mediano plazo, favorecen las derrotas del campo obrero y popular.

El trotskismo no es izquierda, es “izquierda trosca”, o derecha. Altamira (Wermus), casi gagá, es que atacaba a Fidel Castro en los ’90 por “burócrata stalinista”, justo cuando el imperialismo arreciaba su campaña contra Cuba, apenas caída la URSS y el socialismo en Europa oriental. Esa caída el trotskismo la saludó como “revolución obrera” o “revolución democrática” según sus diferentes sectas (el MAS con la primera etiqueta y el PO con la segunda, ambas falsas y contrarrevolucionarias).

Estas traiciones de los troscos demuestran lo equivocado que están los kirchneristas que alientan la idea de un frente político y electoral que incluya al FIT. Los ejemplos de Argentina y Brasil indican que eso es tan nefasto como creer en una alianza con Massa, Pichetto, Schiaretti y Urtubey, aunque suene exagerado.

 

SERGIO ORTIZ

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