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El imperialismo, sobre todo yanqui, es epicentro de pandemia
Según datos de 2018, Estados Unidos tuvo un PBI por persona de u$d 62.794, Alemania llegó a u$d 47.603, Reino Unido, u$d 42.944 y Francia u$d 41.463. Ese mismo año, ese indicador para Argentina llegaba a casi u$d 11.700.
Ese indicador económico refleja la producción de cada país en relación con la cantidad de habitantes; pero nada dice de las condiciones de vida de la población, especialmente en un momento en que una pandemia altera la normalidad y pone en la agenda a la salud pública, la distribución de la riqueza y el rol de los gobiernos.
En la lista de los más ricos del mundo, según la revista Forbes, entre los 10 primeros lugares hay 8 estadounidenses y 1 francés y 1 español.
En todos los días de abril, excepto en 3, se registraron más de 1.000 muertes por COVID-19 en los Estados Unidos. Desde que se confirmó el primer caso, ya suman alrededor de 1.400.000 contagiados y 83.000 muertes. Dicho de otro modo, una de cada tres personas infectadas por el nuevo coronavirus es estadounidense.
Los números dejaron en ridículo las afirmaciones de Trump sobre la epidemia: había dicho que era “una gripe”, alentó el uso de un fármaco -hidroxicloroquina- a pesar de la escasa evidencia sobre su utilidad para tratar el COVID-19 y criticó en reiteradas oportunidades las medidas de aislamiento social y cuarentena adoptada por distintos Estados. Con esta última postura buscó contraponer la “economía” a las medidas sanitarias. Ante la abrumadora evidencia de los efectos de la diseminación del virus, optó por culpar a China y a la Organización Mundial de la Salud.
Al gobernante y magnate estadounidense tampoco parece importarle que la tasa de muertes respecto del número de casos confirmados es alta (casi un 6%), un dato que revela las limitaciones de un sistema de salud donde la atención pública es mínima y los gastos de los tratamientos recaen sobre los pacientes. La gravedad del cuadro se manifiesta en la cantidad de contagios y muertes entre las y los trabajadorxs de la salud, donde fallecieron ya alrededor de 100 enfermeras y enfermeros (según el sindicato que los agrupa, la NNU); la principal causa de contagios y decesos es la falta de equipos de protección personal adecuados, lo que afecta a quienes trabajan tanto en nosocomios privados como estatales.
La vida se va en el trabajo
En Estados Unidos las cifras serían aún peores si varios gobernadores y alcaldes no hubieran dispuesto medidas de aislamiento más o menos restrictivas. La Casa Blanca, en cambio, se mostró sistemáticamente en contra de cualquier restricción que afecte la continuidad del trabajo (léase, de la explotación), llegando a defender a las protestas contra la cuarentena, varias de las cuales fueron protagonizadas por personas armadas.
Es que las críticas a las medidas de aislamiento han sido caballitos de batalla de jefes de Estado y referentes de derecha en todo el mundo, ciegos o indiferentes a las consecuencias de esa posición. No es casual que el cuarto país en el mundo por número de casos sea el Reino Unido, que suma cerca de 130.000 infectados y más de 33.000 fallecidos por el COVID-19. El contagio llegó hasta el Primer Ministro, Boris Johnson, quien llegó a ser uno de los ocupantes de las camas de terapia intensiva. En un principio, el gobierno británico había impulsado el aislamiento voluntario de los adultos mayores, bajo la teoría de que el contagio masivo traería una “inmunidad de rebaño”; la realidad obligó a aumentar las restricciones de manera progresiva, pero Johnson ya retomó el discurso de que “hay que volver a trabajar”.
Es más que evidente que el interés de estos gobiernos no es ni la salud ni el trabajo: es mantener los negocios y la explotación.
Italia también presenta cifras similares; allí la explosión de la epidemia se dio principalmente en el Norte, donde los empresarios obligaron a continuar la producción. Recién cuando las cifras se desbordaron y se difundieron las escenas de decenas ataúdes transportadas por el ejército, el gobierno italiano tomó medidas drásticas en la región. Uno de los empresarios señalados como responsable del desastre es Paolo Rocca (de Techint, el mismo que encabeza la nómina de argentinos más ricos), quien tiene fábricas en la desolada Bergamo y también controla empresas de salud.
Émulos latinoamericanos
En Latinoamérica, el avance del nuevo coronavirus va de la mano de las políticas derechistas más agresivas. En los últimos días, Brasil, Perú y Chile pelean los primeros puestos planetarios en número de casos y cantidad de muertos. En el último país, el gobierno de Piñera prefirió el toque de queda a las medidas de aislamiento social y se ufanó de llevar adelante cuarentenas “dinámicas e inteligentes”. La realidad mostró que no fueron ni lo uno ni lo otro.
Y Brasil aparece como el caso extremo, donde el presidente es capaz de expulsar a ministros de salud que esbozan alguna medida de aislamiento, mientras sus seguidores hostigan y golpean a personal de la salud y a quienes impulsan la cuarentena.
La popularidad de Bolsonaro ha decaído: sin embargo, mantiene el poder con la ayuda militar y el apoyo de terratenientes y líderes evangélicos. Los exabruptos de Trump parecen cumplirse bajo la bandera verde-amarilla, dando el ejemplo al mundo de cómo actúa el capitalismo frente a las desgracias colectivas.