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Con el 15-N se acentúa el asedio a Cuba

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GUSTAVO VEIGA

Publicado en Derribando Muros

            El mundo posará sus ojos sobre la isla este lunes. En lo que pase adentro – sobre todo – y también en lo que suceda afuera. El grupo Archipiélago llamó a marchar en distintas ciudades cubanas, pero su líder, Yunior García Aguilera, rebobinó y se arrepintió después. La isla está sometida a presiones por las injerencias de Washington. Desde EE.UU inducen un cambio de modelo.

            Las únicas certezas las difundió el gobierno de la isla. Porque iniciará la temporada turística internacional, clave para mejorar su economía, y al mismo tiempo seguirá sumando alumnos a sus aulas – 718.415 entre preescolar y primaria -, según informó  Granma. Totalizan más de un millón los que regresaron a clases en el mes y el 80 por ciento ya están vacunados. Pero quienes pretenden acabar con el modelo socialista anuncian otros planes para este lunes con el apoyo omnipresente de Estados Unidos. De otro modo les costaría mover el amperímetro de su declamada expectativa por un cambio. No la tienen fácil. Hay cubanos como ellos que se anticiparon y salieron a las calles pero en defensa de la revolución.

            Las anunciadas marchas de protesta declaradas ilegales en Cuba fueron desconvocadas por uno de sus líderes, el actor y dramaturgo Yunior García Aguilera. Ayer denunció: “La seguridad del Estado tiene asediada mi casa. Agentes de civil han tomado mi calle y agredido a un grupo de periodistas”. Archipiélago, el espacio colectivo que él representa, es el termómetro más preciso de esas indecisiones. El dirigente opositor les pidió a sus seguidores no salir a la calle para “evitar cualquier tipo de enfrentamiento violento”. Él anticipó que caminaría por ellos en la tradicional avenida 23 con una rosa blanca. No pudo. Por ahora está lejos de Václav Havel, el político checo que llegó a presidente después de la caída del Muro de Berlín y cultivaba su misma pasión por el arte dramático.

            Según el oncólogo Carlos Vázquez González, el agente Fernando, como se lo presentó en medios de la isla, García Aguilera es un “contrarrevolucionario”. Declaró a principios de noviembre en el programa Las razones de Cuba que participó con aquel en eventos donde se discutían temas sensibles sobre su país. Uno de ellos fue en la filial madrileña de la Universidad Saint Louis de EE.UU. Lo denominaron “El papel de las fuerzas armadas en un proceso de transición”.

            El médico había viajado a España en septiembre de 2019. Dos años después, se define ante las cámaras como “un revolucionario, un martiano, y lo más grande un fidelista”. Lo hizo tras revelar su identidad y pidió que “no se dejen engañar por líderes creados por manuales, porque Cuba nunca será intervenida por el gran enemigo del norte”.

            Los servicios de inteligencia cubanos jugaron una carta fuerte con la aparición pública de Vázquez González en la televisión. Pero el retrato que hicieron de García Aguilera no fue su único hallazgo. Descubrieron que entre sus conexiones en la isla, -más allá de los respaldos económicos que recibe de distintas ONG del exterior-, había un especialista de EE UU en guerra psicológica como la que ese país libra contra la isla desde hace décadas. Se trata de Alexander Agustín Marceil, funcionario del Departamento de Estado para asuntos cubanos. El dramaturgo, en declaraciones públicas para Telesur en La Habana, admitió el 12 de octubre su vínculo con el encargado de negocios de EE.UU en Cuba, Timothy Zúñiga Brown. Pero nada mencionó de su relación con Marceil.

            El periodista Humberto López de la TV cubana aportó otros detalles sobre el contacto que ocultó García Aguilera. Mostró una foto del norteamericano vestido con su uniforme militar y las insignias que llevaba del cuerpo de Operaciones Psicológicas y Asuntos Civiles de las Fuerzas Especiales del ejército (paracaidistas). También compartió con la audiencia un artículo firmado por el general estadounidense Joseph Votel, jefe del Comando de Operaciones especiales entre 2014 y 2016 y ex superior de Marceil. López le atribuyó comentarios sobre la llamada guerra no convencional como la que está soportando la isla en este momento.

            En el texto de Votel se leía con nitidez que esa estrategia explicaría “desde el punto de vista doctrinal, la presencia en Cuba de un miembro de las fuerzas especiales del ejército de EE.UU (bajo manto diplomático) y su contacto con grupos y cabecillas de la contrarrevolución”. Ese nexo hoy sería Marceil. Un funcionario que cumplió misiones en Sudán del Sur, Kenia y México y que visitó Cuba en tres oportunidades entre 2019 y 2021.

            En las imágenes que mostró López en TV, se lo ve saludando con el pelo más largo y barbijo oscuro al dramaturgo en el interior de la residencia del encargado de negocios Zúñiga Brown. Para el gobierno cubano ese encuentro fue una violación a la Convención de Viena. La imagen fue tomada desde el exterior con una buena lente.

            Los intentos por derrumbar el sistema socialista de la revolución cubana declarado por Fidel Castro el 16 de abril de 1961 no cesan desde hace más de sesenta años. Aunque su líder histórico murió el 25 de noviembre de 2016, la nueva constitución del país volvió a ser modificada y aprobada en un referéndum con el 86,85% de los votos el 24 de febrero de 2019. Y no se movió una coma sobre el carácter irrevocable de su carácter socialista y de partido único. Miguel Díaz Canel se sumó este domingo a un acto de los llamados “pañuelos rojos”, significante antagónico de las Damas de Blanco de la oposición al gobierno. El viernes pasado el jefe de Estado había denunciado en un encuentro con periodistas que “han tratado de construir sucesos mediante fechas desde el 11 de julio hasta ahora el 15 de noviembre, pero eso no nos quita el sueño”. Denunció también “una aureola mediática para que el mundo espere qué va a pasar en Cuba el 15 de noviembre”.

            Ese mundo periodístico que describe Díaz Canel observará con una lente unidireccional lo que suceda en La Habana. Pero no destacó con tanto afán ni detalle las consecuencias de las protestas en EE UU contra la violencia racial en 2020. En ese momento hubo -según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ)-, más de 400 casos de ataques a la prensa por las fuerzas de seguridad. Incluyeron detenciones, disparos con proyectiles de distinto tipo a los manifestantes, robo de equipos y una periodista, Linda Tirado, quedó ciega de su ojo izquierdo por una bala de goma cuando cubría la represión en Minneapolis. También esposaron en vivo a un periodista negro de CNN al que le incautaron hasta el micrófono.

            Si algo semejante ocurriera hoy en La Habana o en cualquier otra ciudad cubana, se repetiría la misma cantilena. Según el canciller Bruno Rodríguez Parrilla, desde el 22 de septiembre hasta la fecha hubo 29 declaraciones de altos funcionarios de EE.UU en “apoyo a la libertad y la democracia”. No hay registro de semejante prédica oficial en otros asuntos de política internacional. Ni sobre el Apartheid con que Israel somete al pueblo palestino – en reciprocidad por el apoyo estadounidense vota siempre en Naciones Unidas en contra de que se levante el bloqueo – ni sobre el aumento de las ejecuciones de opositores en Arabia Saudita. Los dos son aliados incondicionales de EE UU.

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