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Tamborcito de Tacuarí: ese niño, todxs lxs niñxs

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Cruzando más allá de la circunvalación, en zona sur este de Córdoba, hay una barriada amplia y copiosa, por ahí más o menos a unas cuadras de donde te bajás del bondi, unas calles de tierra y ripio y unos cuantos pozos te abren la cancha.

En el salón de una casa de familia, un puñado de mujeres, madres y militantes reconstruimos cada día un lugar para lxs niñxs. Se llama Tamborcito de Tacuarí, y su nombre es en honor a un niño valiente, que el 9 de marzo de 1811, en el ejército de Belgrano sirvió a la patria y a la independencia de un naciente pueblo convirtiéndose en símbolo del heroísmo de la niñez en las gestas de la Patria. Era un niño valiente que tocaba el tambor para avisar que el ejército enemigo estaba cerca, para salvar a la Patria, a su Patria.

Hoy, los números de todos los indicadores están en rojo, pérdida de salario, desocupación, y las consecuencias de estas medidas las paga el pueblo, los indefensos y lxs niñxs. Hoy las infancias presentan los estigmas de la crisis, su tambor moderno: las preocupaciones, la falta de educación sexual integral en las escuelas y de trabajo para sus padres son sus problemas, sus condicionantes para el futuro. No poder comprar un afiche, que te falte la goma, ver a tus viejos como hacen malabares para comer, cómo un paquete de fideos se traduce en dos comidas diarias. Esas son preocupaciones, y las infancias deberían estar lejos de eso, ocupadas en imaginar mundos, de gastar las zapatillas jugando a la pelota, en fin, hacer de niñxs.

Pero como la historia nunca fue lineal hay un ritmo de tambor transformador que lo generan las infancias, traduciendo la hostilidad en ternura, la falta de cuaderno en mural en la pared. En el Tamborcito de Tacuarí se sueña mucho, se milita los días. El genocidio neoliberal, el ajuste y el oscurantismo del macrismo les robaron a las infancias el derecho de ser niñxs ocupados en cosas de niñxs. Las organizaciones populares debemos tomar la bandera y no abandonar estos espacios, la crisis nos amontona y nos organiza.

Así cada día de la semana, una merienda caliente, un pan casero hecho por Elvira que transforma kilos de harina en un esponjoso pan, o un arroz cualquiera en el más rico arroz con leche del condado dicen lxs niños… y así las tardes son la excusa, para compartir.

Música, artes visuales y literatura dibujan los contornos de las paredes de revoque grueso. Las madres que acompañan ayudan y sirven la merienda, piensan allí talleres, microemprendimientos, arman ferias para juntar algo que les permita también sostener este espacio. ¿Qué más puede entrar en un viejo garage? Sueños, esperanzas y organización. En los barrios la pobreza se siente, se ve, se huele.

Los niños son la esperanza del mundo decía José Martí, y nunca estuvo equivocado.

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