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Repudio al golpe de estado cívico-militar en Bolivia

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El domingo 10/11 se consumó el golpe de Estado cívico-militar en la hermana República Plurinacional de Bolivia, forzando la renuncia de Evo Morales y el vice Alvaro García Linera. Fueron veinte días de violenta oleada golpista con dos cabezas organizativas: la Santa Cruz separatista y fascista, en Bolivia, y el Departamento de Estado y la OEA en Washington. El núcleo de reserva fueron las Fuerzas policiales y militares, las primeras en un rol activo hace días y el Ejército mostrando su verdadero rostro el día clave, cuando reclamó la renuncia del presidente.

Lo sucedido es un golpe de Estado a cargo de lo más reaccionario de las clases dominantes de ese país y del imperialismo conducido por Donald Trump. No se trata de una “protesta social” y mucho menos de “reclamos contra el fraude”, como titularon los políticos y medios de la región con lo que quisieron justificar los hechos. Evo no era ni es ningún dictador y había ganado su cuarto mandato en las urnas del 20 de octubre, con 10,53 puntos de ventaja sobre el segundo, el derechista Carlos Mesa, de Comunidad Ciudadana. Evo tuvo el 47,08 por ciento de los votos y Mesa 36,51, con 648.000 votos de ventaja.

La mayoría del electorado le dio la victoria a Evo porque estaba conforme con la obra realizada desde 2006 a la fecha, cuando la nacionalización de los hidrocarburos permitió al Estado mejorar los índices económicos y la situación de los más humildes. Se erradicó el analfabetismo en tres años y se bajó en 23 puntos porcentuales el índice de pobreza. Más de tres millones de personas, cerca de un tercio de la población, salieron de la situación de pobreza. En los casi catorce años transcurridos la economía boliviana fue la que más creció en Sudamérica, al 5 por ciento anual. La población subió 10 años su expectativa de vida, de 64 a 74 años.

Se atendieron las problemáticas de los niños y ancianos, de la mujer y los pueblos originarios, los eternamente discriminados. El primer presidente aymará cumplió esos compromisos de su gobierno del MAS.

Su acción gubernamental lesionó intereses de los monopolios que habían provocado la “guerra del gas” en 2003. Se sumó al ALBA con Cuba y Venezuela, y tuvo choques con la embajada yanqui, el FBI y la DEA, a las que expulsó del país, ídem con el embajador “gringo”.

Eso explica el odio ancestral de las élites económicas y medios de comunicación, y de todos quienes giran en torno a la embajada de EE UU. A lo largo de 2006-2019 intentaron cuatro veces derrocarlo con un golpe de Estado, incluyendo levantamientos separatistas en Santa Cruz de la Sierra. Tuvieron éxito este 10/11.

Empezaron cuestionando un supuesto fraude en las elecciones del 20 de octubre. Luego reclamaron una segunda vuelta. Más tarde clamaron por la renuncia de Evo y García Linera. Y finalmente, con la auditoria de la OEA que supuestamente argumentó errores, inconsistencia y ocultamiento parcial de cómputos de aquel comicio, lanzaron su ofensiva final. El bloqueo de caminos se sumó la toma de edificios públicos, la quema de sedes electorales y viviendas de autoridades oficialistas de los nueve departamentos para intimidar y forzar renuncias, el ataque a medios comunitarios y periodistas, la vejación de alcaldesas como Patricia Arce, de Vinto, secuestrada, retenida y agredida.

Quien fogoneó todo eso fue el Comité Cívico de Santa Cruz del ultraderechista empresario Luis Fernando Camacho, con un paro por tiempo indeterminado, ocupando el lugar central de la oposición por encima de Carlos Mesa. Lo secundaba el Comité Cívico Potosinista (Comcipo), de Marco Antonio Pumari.

Las bases populares comenzaron a presentar batalla callejera por medio de la Confederación Campesina (CSUTCB), la Coordinadora Nacional por el Cambio (CONALCAM), buena parte de la Confederación Obrera Boliviana y la Confederación de Mujeres Campesinas Bartolina Sisa. Pero Evo Morales llamó a desmovilizar.

Eso facilitó la etapa final del operativo golpe: tras la denuncia de la OEA, Morales dispuso nuevas elecciones y eso dio más alas a los destituyentes. Ahí se plegaron al golpe las Unidades Tácticas de Operaciones Policiales (UTOP) y el jaque final de Williams Kaliman, el comandante de las Fuerzas Armadas, presionando y consiguiendo la renuncia del presidente y vice.

La OEA de Luis Almagro, el Cartel de Lima y Mike Pompeo denunciaron pero no demostraron irregularidades en el comicio y en menos de diez días dieron a conocer su auditoría, arrojando nafta al fuego. En Chile los enfrentamientos provocados por el ajuste de Sebastián Piñera comenzaron el 1 de octubre y a más de 40 días de represión y muertes no hubo denuncia ni reclamos de esa entidad.

No hace falta ser muy sabio para saber lo que se viene: persecución al gobierno anterior y sus organizaciones sociales, detenciones y crímenes que apuntan desde Evo hacia abajo a sus defensores, en un clima revanchista oligárquico. Y en simultáneo, recuperación de los privilegios y negocios de los monopolios y multinacionales que habían tenido que ceder posiciones al Estado. Bolivia saldrá del ALBA y será un peón en el tablero del imperio y sus socios regionales, especialmente Jair Bolsonazi.

BALANCE NECESARIO

El PL de Argentina ratifica y redobla su solidaridad y apoyo al pueblo boliviano, sus movimientos de masas y sus autoridades depuestas por el golpe de Estado.

Este no es momento de reproche, pero sí de abrir un debate fraternal sobre las causas de la derrota sufrida en La Paz. La palabra definitiva y más valiosa es la de compañeros y compañeras bolivianas, porque se trata de su país. De todos modos, respetuosamente, desde Argentina aportamos a ese balance necesario.

Está clara la responsabilidad criminal de la derecha fascista, la oligarquía y el imperialismo yanqui en el golpe, a semejanza de muchos otros que han perpetrado.

Pero la resistencia popular no estuvo a la altura de lo que podían y debían hacer los campesinos, mineros, trabajadores, pueblos originarios, gente de la cultura, etc, los beneficiados por el gobierno que caía. Obvio que no estamos culpando a las bases populares pues la responsabilidad central es de los dirigentes, comenzando por Evo y García Linera, que fracasaron en su estrategia de enfrentar el golpe y derrotarlo.

Subestimaron al enemigo. No movilizaron más a sus bases, no la organizaron ni armaron con antelación. Erraron en darle intervención a la OEA, el “Ministerio de Colonias” de EE UU según el excanciller cubano Raúl Roa. Y llegado el caso, no tuvieron un plan para retroceder combatiendo, sino que renunciaron sin oponer una seria resistencia.

Y eso, lejos de favorecer la paz y defender la vida de los bolivianos, como argumentó el presidente al momento de renunciar, se consumó una derrota donde la reacción golpista se hará del gobierno y profundizará su revancha contra la paz y la vida de los bolivianos. La libertad y la vida de muchos de ellos, incluso de los propios renunciantes, corren serios riesgos.

En caso de derrota es preferible luchar hasta el final, para que ese resultado sea el piso firme de futuras luchas. Eso es lo que hizo Salvador Allende en Chile y esa resistencia está en la base del renacimiento de la actual rebelión popular trasandina.

Eso no hubo en Bolivia, pese a que la victoria electoral del Frente de Todos en Argentina, la liberación de Lula en Brasil y el fortalecimiento del Grupo de Puebla con México, daban posibilidades de apoyo regional a esa resistencia boliviana.

ROL NEFASTO DEL TROTSKISMO

En medio del desconsuelo por la salida del poder y del país de Evo Morales, que se asiló en México pudiendo salvar su vida, lo que nos alegra muchísimo, muchos sectores populares siguen movilizándose en El Alto, La Paz y otras ciudades. Esta movilización siguió a pesar de la salida de las Fuerzas Armadas a la calle para “imponer el orden”. Y continuó incluso después de que la senadora golpista Jeanine Añez jurara irregularmente como presidenta violando todas las normas legales y con el apoyo del alto mando militar.

Estas son nuestras primeras opiniones sobre los terribles sucesos. Coherentes con nuestro patriotismo e internacionalismo, reiteramos que somos aliados de Evo Morales, el MAS y su pueblo, y estamos dispuestos a poner el hombro en lo que sea.

La postura de Trump, de la OEA y de Macri es vomitiva y antidemocrática. Y es muy criticable la posición de la mayoría de los partidos trotskistas de Argentina integrantes del FIT, que, en vez de poner el blanco en pegar contra el imperio y el golpismo, denigran en forma pareja contra Evo Morales y su gobierno. No se debe hacer leña de amigos progresistas caídos por acción del imperio y la reacción. Mejor es ayudarlos a ponerse de pie y retomar la lucha, y en todo caso en ese decurso disputar la dirección política del movimiento de masas con ellos.

Una verdad tan evidente como esa es invisible a los ojos de los dirigentes trotskistas, confirmando otra vez que es un serio error el de quienes los consideran como “izquierda”.

Comité Central del PL de Argentina

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