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NO PAGAR LA DEUDA EXTERNA FRAUDULENTA

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Sucre, tras derrotar a los españoles en Ayacucho, rechazó las deudas latinoamericanas

FERNANDO DEL CORRO

            Los procesos independentistas de las colonias españolas en América rápidamente devinieron en estados endeudados con instituciones financieras británicas. La Provincia de Buenos Aires firmó el famoso empréstito de la Baring Brothers a partir del cual la Argentina inició su derrotero como gran deudora, la que hizo decir a Domingo Faustino Valentín Quiroga Sarmiento, unas décadas más tarde, “Calle Esparta su virtud, /sus hazañas calle Roma, / ¡silencio!, que al mundo asoma/ la gran deudora del Sud”.

            Un acuerdo espurio hizo que la provincia, y a la larga la Nación, asumieran un enorme costo decidido por solo unos pocos que manejaban sus negocios desde la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Política arbitraria que, implícitamente porque estaba dirigida a las deudas de las autoridades coloniales, rechazada muy poco después por Antonio José de Sucre cuando el 9 de diciembre de ese mismo 1824, derrotara en los Campos de la Quinua, Ayacucho, a las tropas españolas encabezadas por el francés José de Canterac.

            En el artículo octavo del Tratado de Ayacucho quedó establecido el principio de la ilegitimidad de las deudas contraídas sin el consentimiento de los pueblos. El criterio que luego adoptara el presidente William McKinley, de los Estados Unidos de América, luego de que este país derrotara a España en 1898, tras la cual se generó la “independencia” de Cuba mientras Filipinas, Puerto Rico y otros enclaves coloniales pasaron de manos de la vencida al vencedor. Para no reconocer las deudas de esas colonias McKinlay tomó el criterio de Sucre y lo llamó “deuda odiosa”.

            Ya en 1820 la Gran Colombia había comenzado a endeudarse para afrontar los gastos de guerra. En 1822 ya debía dos millones de libras esterlinas y en 1824, casi en simultáneo con Buenos Aires, recibió 4,75 millones más. Los británicos facilitaban préstamos para desarrollar “estados modernos” mientras penetraban con sus mercaderías y recolonizaban comercial y financieramente a esos países. Lo mismo pasó con el Perú y con otras nuevas naciones.

            Así América Latina llegó a tener el 46,6 por ciento del total de las deudas estatales del planeta, por 20.329 millones de libras, distribuido de esta manera: Colombia 6,75 millones, 15,5%; México 6,4 millones, 14,7%; el Brasil 3,2 millones, 7,3%; el Perú 1,816 millones, 4,2%; Chile 1,0 millón, 2,3%; la Argentina 1,0 millón, 2,3%; y América Central 0,163 millones, 0,4%. En ese entonces la Gran Colombia incluía a los actuales estados de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela; México tenía un territorio un poco mayor al doble del actual dado que su zona norte, el 55%, le fue arrebatada por los EUA en una guerra iniciada en 1846; y Centroamérica agrupaba a las hoy El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.

            La “modernización” impulsada desde Londres hizo que la Junta de Representantes bonaerense autorizara al ejecutivo provincial a gestionar una deuda de hasta cuatro millones de pesos. La norma, votada el 19 de agosto de 1822, durante la gobernación de Martín Rodríguez, siendo hombre fuerte su ministro Bernardino de la Trinidad González Rivadavia y Rivadavia, tenía propósitos preestablecidos que no se cumplieron; el préstamo se concretó pero el dinero se malgastó de cualquier otra manera. Los objetivos incumplidos eran la construcción del puerto de la ciudad de Buenos Aires, la instalación del servicio de agua corriente para la misma y la creación de tres ciudades sobre la costa provincial del Océano Atlántico y de varios pueblos en la zona de la frontera con los pueblos originarios.

            La legislatura también había aceptado tomar el dinero a un tipo del 70%, es decir recibir 700.000 por cada millón de deuda. Rivadavia organizó un grupo negociador en nombre del gobierno provincial. Lo constituyeron los locales Félix Castro, Braulio Costa, Miguel Riglos y Juan Pablo Sáenz Valiente, y los hermanos escoceses John y William Parish Robertson. Varios de ellos tienen calles en la hoy CABA, escuelas y hasta ciudades que llevan su nombre en distintos lugares del país. Este consorcio recibió un poder especial que les permitió concretar la contratación del préstamo.

            En ese momento Rivadavia había cesado en sus funciones por no llevarse bien con el nuevo gobernador Juan de Las Heras. Pero todo seguía su marcha. Cabe consignar que la propuesta inicial de Rivadavia había sido mucho más inconveniente pero fue moderada ante la firme oposición de Julián Segundo de Agüero en la Junta. El negocio fue excelente para los consorcistas. Consiguieron un millón de libras esterlinas colocado en el mercado al 85% pero como estaban autorizados a hacerlo al 70% se repartieron el 12% entre ellos y el 3% restante para la Baring Brothers & Co.

            Los intereses debían pagarse semestralmente con una comisión para la Baring del 1%, además de otra comisión igual por toda la operatoria con los títulos que podía, llegado el caso, subir al 1,5%, en tanto que Buenos Aires puso como garantía todos sus recursos incluyendo la hipoteca de la tierra pública. Pero el dinero, salvo una pequeña cantidad, no llegó nunca sino letras sobre comercios, uno de los cuales era propiedad de Costas y los Robertson siendo también beneficiada la firma británica Hullet Brothers con la que poco después Rivadavia realizó un negocio minero en La Rioja. Otro beneficiado con una letra fue Manuel de Sarratea, quién como miembro del Primer Triunvirato traicionó a José Gervasio de Artigas pretendiendo ceder la Banda Oriental a España.

            Entre el poco metálico y las letras llegaron al país, según los cálculos cambiarios, entre 550.000 y 570.000 libras. No es extraño ya que del total de la deuda antes mencionada para América Latina sólo se recibieron 7,0 millones, poco más del 30% del total. El ministro de Hacienda, Manuel José García, el mismo que negociara luego la paz con el Brasil que incluyó la independencia buscada por el Reino Unido de la Banda Oriental, guerra en la que se terminara de gastar el empréstito, inventó mil y unas alternativas sobre qué hacer con los fondos, siempre apelando a negociados financieros con sus amigos como Costas y los Robertson.

            Entre otros los títulos de la Baring sirvieron para avalar la emisión de bonos locales en moneda local con pingües comisiones siempre para los mismos. Así el endeudamiento público argentino siguió creciendo con diferentes gobiernos, y hasta algún default como el de Juan Manuel de Rosas ante la agresión anglo-francesa, hasta estallar la crisis de 1890 cuando la Baring estuvo a punto de quebrar y fue salvada por los gobiernos de Francia, el Reino Unido y Rusia que resolvió, con graves costos para la Argentina, el problema de la City londinense. El Arreglo Romero de 1893, que puso en caja a los acreedores, posibilitó la salida y así en 1904, 80 años después, se pudo cancelar un pasivo por el que se había pagado varias veces la suma efectivamente percibida.

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