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Lula: aniversario de una farsa

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Siempre que un hombre

le pega a otro hombre

no es al cuerpo

al que le quiere dar:

en ese puño va el odio a una idea

que lo agrede,

que lo hace cambiar.

“Nunca he creído que alguien me odia” (1972)

Silvio Rodríguez

A partir del momento en que el juez Sergio Moro -actual Ministro de Justicia del gobierno de Jair Bolsonaro- reconociera la falta de pruebas que implicaran al ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, en supuestos hechos de corrupción, y a la vez dijera tener la “firme convicción” de su culpabilidad, estábamos frente una farsa. Farsa insidiosa, ya que llevó al líder de los trabajadores brasileños, primero a la cárcel y luego a su proscripción en las elecciones de octubre de 2018 como candidato presidencial por el PT (Partido de los Trabajadores). Sin miramientos, esto convierte a Lula en prisionero político. ¿Por qué? Simple: nadie puede ir a prisión hasta tanto no se compruebe su culpabilidad en un delito, ergo, la mera “convicción”, por más que venga de un juez, no debiera ser motivo suficiente. Pero…

Cabe aclarar que la farsa a la que nos referimos no es una singularidad, sino más bien, el avance contundente de la derecha neoliberal en Latinoamérica (iniciada en 2009 con el Golpe de Estado al pueblo de Honduras, y a su presidente Manuel Zelaya), y llevada a cabo, esta vez sin “Comunicado Número Uno…“, ni tanques en las calles, por la estratégica alianza entre el sistema judicial -Moro en Brasil, Bonadío en Argentina, por nombrar algunos ejemplos-, los medios de comunicación monopólicos -O’Globo en Brasil, Grupo Clarín en Argentina, etc.- y la instalación de presidentes títeres -Sebastián Piñera en Chile, Mauricio Macri en Argentina, entre otros- bajo la tutela imperial del gobierno yanqui, representado por el genocida Donald Trump.

Si decimos, entonces, que el caso Lula esta enmarcado en un programa regional del Neoliberalismo para empobrecer, reprimir y endeudar a los pueblos, además de perseguir hasta el encarcelamiento a los principales dirigentes populares, no podemos soslayar el caso de Milagro Sala, en Argentina. La dirigente social e indígena, jefa de la agrupación Tupac Amaru, perseguida por el gobernador jujeño Gerardo Morales, a instancias de Macri, actualmente cumple una condena a trece años de prisión, por presuntos desvíos de fondos, sin haberse presentado en su contra pruebas documentales que confirmen tal acusación.

Es por esto, que a un año de la injusta detención de Lula -condenado a trece años y un mes de prisón-, es menester hacernos eco de las palabras de su abogado defensor, Luiz Eduardo Greenhalgh: “sólo una campaña mundial fuerte de solidaridad con Lula podrá influir en su liberación”. Frente a nosotros, entonces, el desafío de trabajar sin descanso, como verdaderos revolucionarios, hasta conseguir la liberación de este trabajador que llegó a presidente y logró sacar de la pobreza extrema a 40 millones de brasileños, reducir el analfabetismo, insertar en la universidad a 1 millón y medio de pobres y eliminar a Brasil del “mapa del hambre” de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), entre otras conquistas. El ejemplo de Lula debe trascender fronteras y banderías políticas, porque como él mismo le dijera al pueblo momentos antes de ser detenido: “ya no soy un ser humano, soy una idea”.

El pueblo de Brasil necesita a Lula libre, así como la región, soltarse de las garras imperialistas que la someten a través de sus Macri, Bolsonaro, Piñera, Duque o Guaidó. Ya sabemos: con presos políticos, no hay democracia. La coyuntura nos exige organizados, dispuestos a crear un frente amplio, revolucionario, de unidad, para dar las batallas que sean necesarias en favor de los trabajadores y pueblos oprimidos de América Latina. 

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