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Los programas históricos del movimiento obrero argentino

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La clase obrera tiene una riquísima historia de luchas, con hitos tan importantes como el Cordobazo, que fueron conformando una conciencia que las clases dominantes han querido destruir.

Para ello, se han valido de la represión a las luchas y de la persecución a los dirigentes sindicales combativos. Han contado con la complicidad de los burócratas, tan bien retratados por Raymundo Gleyzer en “Los Traidores”.

La resistencia peronista, el clasismo de los ‘60 y ‘70, la lucha contra el modelo neoliberal de los ‘90, el desarrollo de los movimientos de desocupados y de los jubilados, hasta las luchas más recientes, enfrentando al gobierno de Mauricio Macri y sus gerentes de las multinacionales, muestran la gran experiencia adquirida a través de los años. Esto es así, tanto en la práctica concreta, como en la formulación de programas inmediatos y mediatos, que ratifican su rol de dirigente de un movimiento de liberación nacional y social.

Los programas obreros como el de La Falda, redactado en 1957 y el de Huerta Grande en 1962, fueron elaborados a la luz de la resistencia peronista al golpe de la “Fusiladora”. Y fueron el antecedente de otro, superior en contenido, el del 1º de Mayo de 1968, publicado en el primer número del periódico de la CGT de los Argentinos, dirigida por Raymundo Ongaro.

Allí quedaba clara la identificación del principal enemigo de los trabajadores: los monopolios extranjeros, de lo cual surgía la nacionalización de los resortes básicos de la economía. El de la CGT A postulaba además la expropiación de los latifundios y la reforma agraria. Este programa tiene un prólogo que marca un grado de politización mayor que los otros dos, al identificar no sólo al enemigo (la oligarquía, los monopolios) sino en plantear un cambio profundo en las estructuras económicas y políticas, derrotando al capitalismo. Y avanza también en la identificación del enemigo interno de los trabajadores: la burocracia sindical que pacta con las patronales y traiciona a sus bases: “Las direcciones indignas deben ser barridas desde las bases. En cada comisión interna, cada gremio, cada federación, cada regional, los trabajadores deben asumir su responsabilidad histórica hasta que no quede un vestigio de colaboracionismo”.

La asombrosa actualidad de estas afirmaciones nos lleva a plantearnos hoy una acción concreta para la construcción de una nueva dirección sindical, combativa, democrática y pluralista. Muchos historiadores reconocen la pluma de Rodolfo Walsh en ese programa.

Las corrientes peronistas del movimiento obrero, que reivindican estos programas, suelen “saltar” luego al de la CGT de Saúl Ubaldini (1986), el de la CGT de Hugo Moyano (2012) y la Corriente Federal de Trabajadores.

Las Agrupaciones de Base Clasistas (ABC), en cambio, reivindicamos el programa del SITRAC-SITRAM, del 22 de mayo de 1971, que marca un punto de inflexión en la politización. Se plantea desde una perspectiva clasista la formación de un Frente de Liberación Nacional y Social para derrotar a las clases dominantes y el imperialismo, e instaurar un Estado Popular. Era un programa de gobierno, planteado por un sector muy avanzado de la clase trabajadora. Lo discutían los obreros en las asambleas multitudinarias en las plantas fabriles, en medio de intensas luchas contra esa multinacional (Fiat).

En la etapa post dictadura, la CGT dirigida por Ubaldini jugó un papel importante, aunque muy sometida a las internas del Partido Justicialista, en disputa con el gobierno de Raúl Alfonsín. El programa de los 26 puntos de 1986, partió desde un piso más bajo que los anteriores, dando cuenta de la derrota que el Proceso Militar había infligido al pueblo y la clase trabajadora, reprimida con saña por los genocidas, al punto que el 62% de los desaparecidos eran laburantes.

Las ABC reivindicamos también el programa de la Tendencia Clasista “29 de Mayo” (2009), organización que nos antecedió y que deslindó aguas con el kirchnerismo, aun cuando apoyamos sus políticas progresistas como la resolución 125 que imponía retenciones a los agroexportadores, la AUH, la recuperación de los fondos previsionales, la Ley de Medios, etc. La TC 29 reconocía esos logros, pero denunciaba los límites de la entonces presidenta Cristina Fernández, que hacía acuerdos con monopolios Repsol y Chevron en Vaca Muerta, que impulsó una política extractivista con la Barrick Gold, y propició el desembarco de Monsanto. Ese programa, aunque crítico de estos aspectos de CFK, distinguía al enemigo principal: la Mesa de Enlace sojera, el monopolio Clarín, la derecha política, la patria financiera, la embajada norteamericana, etc.

Impulsamos el estudio crítico de estos programas, a la luz de la realidad actual, para plasmar aquella reflexión de Rodolfo Walsh: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan”.

IRINA SANTESTEBAN

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