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La inflación sigue golpeando a las mayorías

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            El lunes 13 el INDEC publicó el Índice de Precios al Consumidor correspondiente a octubre. El organismo estadístico del Estado informó que los precios subieron un 8,3%, de acuerdo con el promedio ponderado por el que se registra el IPC.

            El número es algo menor al informado en los dos meses anteriores, pero sigue siendo extremadamente alto. Si todos los meses del año se mantuviera una inflación así, la suba de precios en un año superaría levemente el 160%. Eso es un porcentaje mayor al que se registró en los últimos 12 meses.

            Numerosos voceros del poder económico, algunos con título universitario habilitante, apuntaron a dos causas del aumento de precios: la emisión monetaria y el déficit fiscal.

            Sin embargo esos guarismos se constatan a pesar de que, según los datos oficiales, la base monetaria se retrajo más de un 35% en el último año (Informe de Política Monetaria del BCRA) y el déficit ha disminuido respecto del año anterior, conforme -en líneas generales- con lo pactado por el gobierno con el FMI. Es evidente que el argumento de los economistas de derecha no concuerda con la realidad, al menos no con el determinismo que ellos sostienen.

            El valor del IPC de octubre pierde una cuota de su dramatismo frente a la inflación informada en los 2 meses anteriores: 12,4 en agosto y 12,7 en septiembre. En julio los precios habían subido (según el Índice en cuestión) “sólo” un 6,3%.

            ¿Qué hubo de especial, de poco común en esos meses? Dos factores que sin duda tuvieron un peso determinante en la evolución de los precios: la devaluación del peso en 22% apenas terminadas las PASO (y a pesar de que Sergio Massa había quedado en tercer puesto en esos comicios) y las presiones de sectores poderosos de la economía que impulsaron la suba del dólar “blue”. La moneda estadounidense en el mercado ilegal pasó de $605 el viernes previo a las PASO; el 1 de septiembre se vendía a $730 (20,7% más); el día previo a la primera vuelta electoral cotizaba en $1.050 (73,6%) y por estos días ronda cifras similares, luego de haber bajado un poco en las semanas previas.

            No hace falta hacer un largo análisis de datos para comprobar que cada devaluación  condujo a una aceleración de la inflación en el corto plazo. La depreciación de la moneda local encarece los productos importados -por un lado- y empuja la suba de bienes exportables, en particular de aquellos que implican poco valor agregado local y tienden a exhibir precios similares en todo el mundo (commodities). Esto, sumado a la fuerte concentración en la producción y distribución de esos bienes, permite entender por qué los alimentos aumentaron en 2023 un 134,2% cuando el IPC registró una suba de 120%.

            El impacto de la devaluación en los precios, lo que se conoce como pass through, está relacionado con las características de una economía en la que el sector agroexportador tiene una alta incidencia en el PBI total, además del endeudamiento de los actores económicos en moneda extranjera y la necesidad de importar tecnología y bienes de capital.

            El gobierno saliente responsabilizó a Javier Milei por la corrida, ya que el fascista autodenominado libertario había recomendado a quienes tuvieran ahorros que los dolarizaran.

            Es probable que las palabras del renegado ex pasante del BCRA hayan influido en la decisión de tenedores de pesos, aunque para que esos agentes tuvieran incidencia deben haber sido muy acaudalados. Por otra parte, la exigencia de devaluar el peso es un reclamo recurrente de los sectores exportadores, que con cada caída de la moneda nacional abaratan costos originados en el mercado local -en particular, los salarios-. Las prioridades del programa del Fondo Monetario, al que adhirió siempre Massa, favorecen a esos mismos sectores, con el argumento de recaudar más dólares por el comercio exterior. Esa visión tampoco tiene mucho sustento en los datos, ya que el Banco Central ha visto caer su reserva de dólares y sólo la apelación al “Swap” con China le permite mantener un precario respaldo a la voluntad de pagar la deuda ilegítima.

            Lo que nos parece importante señalar aquí, y que no suele aparecer en el fárrago informativo, es que si unos cuantos pueden descalabrar indicadores económicos tan sensibles es porque tienen un poder desmedido. Sus privilegios no han sido afectados a pesar de un contexto en el que la pobreza ha ido en aumento y la informalidad supera el 20% de la población ocupada.

            El programa del FMI prevé más lineamientos que empujan a la inflación. La exigencia sistemática de quita de subsidios -parte del requisito de reducir el déficit fiscal- trae consigo la suba de tarifas energéticas, que inciden en costos y con ello en la formación de precios.

            Al momento de escribir estas líneas, el gobierno ha iniciado una nueva devaluación, esta vez de manera paulatina (mecanismo denominado “crawling peg”) por lo que en lo inmediato es de esperar que los precios mantengan una fuerte tendencia alcista.

            Por otro lado, los planteos de abrir la economía y liberar completamente el tipo de cambio llevarán, en el contexto económico argentino, a nuevas devaluaciones y subas de precios en productos de consumo masivo.

            Sin una política que se centre en la producción nacional y las necesidades de los argentinos, sin una economía al servicio de quienes realmente producen -lxs trabajadorxs-, y con un modelo que pone en el lucro privado (frecuentemente extranjero, además) el motor de la producción, la inflación será un tema recurrente.

JORGE RAMÍREZ

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