Liberación - Órgano de Prensa
Fundir el marxismo-leninismo con los trabajadores
Fundir el marxismo-leninismo con la clase trabajadora siempre debe estar como tarea de los comunistas. Eso significa unir la teoría con el protagonista de la revolución social. Decía Stalin, “la teoría deja de tener objeto cuando no se halla vinculada a la práctica revolucionaria, del mismo modo que la práctica es ciega si la teoría revolucionaria no alumbra su camino”.
El 5 de mayo se cumplieron 200 años del nacimiento de Carlos Marx en Treveris, Alemania y se publicaron artículos y realizado homenajes. Como también ocurre con el Che Guevara y otros grandes de la lucha de clases, a veces esos homenajes se quedan en superficialidades y hasta en ocasiones incurren en el business, absolutamente alejado del legado de esos líderes.
Marx no fue sólo un gran economista, que, a partir de analizar la mercancía, el producto típico de la economía capitalista, descubrió que encerraba la mayor tasa de plusvalía: el trabajo asalariado. Y teorizó sobre las tasas de ganancias de la burguesía, que dependían más del uso intensivo del Capital Variable (mano de obra) que del Capital Constante o medios de producción.
Él vio que el aumento de la producción profundizaba la oposición de proletarios y burgueses, empobrecidos unos y enriquecidos otros. Y eso terminaba en crisis de sobre producción, pues la mayoría de los trabajadores sólo cobraba una parte de su trabajo (el resto o plusvalía iba al patrón).
De allí la inevitabilidad y legitimidad de las revueltas proletarias, con centro en Europa y Estados Unidos, caso la Comuna de París en 1871.
Pero Marx y su compañero de lucha Federico Engels fueron mucho más que economistas y filósofos. Aparte de los tomos de “El Capital” y mucha otra bibliografía, sentaron las bases políticas del movimiento con el “Manifiesto Comunista”, en 1848. Y allí la economía devino en política y estrategia. Partiendo de que no se trata de interpretar el mundo sino transformarlo, Marx plantea el gran objetivo del socialismo y el comunismo, el gobierno de los obreros y la revolución social.
Había lucha de clases y ellos se alinearon con la clase oprimida, para tomar el poder. Para “asaltar el cielo con las manos”, como dijeron de los heroicos obreros parisinos finalmente derrotados por verdugos burgueses galos e interventores prusianos.
Ellos pusieron los cimientos teóricos y prácticos del comunismo. Después vinieron otras luchas donde no lo imaginaron, como Rusia, China, etc, y triunfaron las revoluciones donde el capitalismo estaba poco desarrollado. En eso incidieron las guerras interimperialistas, como desemboque de esas crisis capitalistas que ellos estudiaron, mejor analizadas por Lenin en vísperas y durante la I Guerra Mundial.
Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao, Ho Chi minh, Fidel y otros grandes no vestían mameluco. No eran operarios. Eran intelectuales revolucionarios que se ligaron a la clase obrera y campesinado de sus países, llevándoles el marxismo-leninismo y fundiéndolo con sus realidades. A veces sufrieron graves derrotas, como en la Comuna de París, la insurrección de Moscú en 1905 y la represión de Chiang Kai shek en Shanghai en 1927. Se sobrepusieron a esos traspiés y sacaron sus lecciones, retornando al combate.
HACE FALTA EL PARTIDO
Como parte de esa búsqueda del poder, la dupla fundadora se empeñó en la construcción de un partido de clase, bajo la consigna de “Trabajadores del mundo uníos”. Y así formaron la I y luego la II Internacional Comunista. La primera acabó en medio de las divisiones y peleas con los anarquistas. Y la segunda terminó hegemonizada por los socialdemócratas y reformistas. Tuvo que romperla Lenin y tras la victoria soviética fundar la III Internacional.
Con nombres de partidos socialdemócratas, bolcheviques, comunistas, del Trabajo, etc, los marxistas plantearon la organización política de la clase. Eso fue mejorado por Lenin en la lucha contra el zarismo y Kerensky, pero también en polémica con populistas, mencheviques y social-revolucionarios. Se demostró así la necesidad vital del Partido.
Ya el “Manifiesto Comunista” planteaba etapas de la revolución: primero junto con la burguesía para derrocar a las monarquías, y luego cambiar de hombro el fusil, contra la burguesía. Eso lo desarrolló Lenin en “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución rusa”. Y lo profundizó Mao, con su teoría de la revolución de nueva democracia, antiimperialista, como etapa previa al socialismo comenzado en 1949 en Tiananmen. Esto nos deslinda por completo del trotskismo.
Desde el “joven Marx” hasta el “viejo Fidel” que murió en 2016, el elemento clave fue fusionar el marxismo con la realidad de cada país, sin dogmatismos, apostando a aprender y crecer como “el árbol siempre verde de la vida”.
Al rescatar este 200 aniversario de Marx, evocamos a la Generación Revolucionaria de los ‘70 en Argentina, en su mayoría de intelectuales, que llevó las ideas revolucionarias a la clase obrera. Fue con sus ideas, agitación y volantes, pero también entró a trabajar en Fiat, Ledesma, Transax, Propulsora, Acindar, Rigolleau, Astilleros, Swift, Ford, Tensa, etc. Eso también es necesario hoy para que los trabajadores tengan su partido de clase cuya modesta base es el PL. A partir de un núcleo de acero, con la bandera roja y la argentina, que haya la amplitud que requiera la táctica flexible anti-Macri.