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Editorial

El orden de los Fernández altera el producto

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El Partido de la Liberación no fue consultado a la hora de definir las candidaturas y el programa del Frente de Todos. Queríamos armar un frente amplio para derrotar al gobierno neoliberal de Macri, responsable de la pobreza, corrupción y entrega del país. Pero no a cualquier precio. En materia de programa no debían hacerse concesiones grandes, ni en los candidatos, donde la figura clave era Cristina Fernández de Kirchner.

Había que conformar un frente y un futuro gobierno que recuperara lo mejor del kirchnerismo, que se produjo entre 2009 y 2013. Allí hubo medidas populares contra Clarín y las AFJP, para crear la AUH, democratizar la justicia, recuperar YPF de manos de Repsol y, sumado a todo eso, se defendió la soberanía frente a los “fondos buitres”, el FMI, CIADI y el Club de París.

Como entre 2015 y 2019 había desgobernado Mauricio Macri y los dueños de exportadoras, energéticas, bancos y el capitalismo parasitario internacional, con todo el daño social y el altísimo endeudamiento externo, se imponía recuperar y mejorar lo que se había hecho en el gobierno de Cristina. Los K decían “Volveremos y seremos mejores”. Ojalá, pensábamos.

Además de un gobierno más jugado en una posición antimonopolista y antiimperialista, la segunda condición para encarar la Argentina 2020 era la movilización obrera y popular más amplia. Por abajo, en las calles, sindicatos, universidades, barrios, pueblos originarios, movimientos feministas y humanitarios, culturales y profesionales, de clase media, Apyme, burguesía nacional y sectores patrióticos de las Fuerzas Armadas. Todo ese movimiento de masas había amainado, en buena medida por el apaciguamiento hasta impuesto por la dirección del movimiento kirchnerista y peronista, y sus representantes directos o indirectos en las organizaciones sociales y políticas.

Según ellos no había que hacer nada combativo en las calles porque resultaría contradictorio con la victoria electoral. No se debía ser funcional a Macri, decían.

LO QUE HAY

La figura más influyente de la oposición a Macri, la expresidenta CFK, tomó una decisión equivocada el 18 de mayo de 2019 cuando sin consulta previa informó que el candidato a presidente sería Alberto Fernández. “Es con todos”, se dijo. Y la sumatoria no quedó sólo en el exjefe de Gabinete 2003-2008, un político de centro-derecha: se dio la bienvenida y cargos a otros dirigentes más derechistas aún, como Sergio Massa, Felipe Solá, etc. Un dato de color, color marrón, es que hasta Carlos Menem, el de las “relaciones carnales” con el imperio, fue admitido en la bancada peronista en el Senado. A otros representantes de la derecha, como Roberto Lavagna, le fue ofrecido el ministerio de Economía, sin aceptarlo. Los gobernadores más reaccionarios, como Juan Manzur, de Tucumán, fueron el ariete “federal” de quien resultó electo presidente el 23 de octubre.

Se dirá que han pasado poco más de dos meses del nuevo gobierno. Es cierto, pero es tiempo suficiente para avizorar hacia dónde va el país. Los hechos y las palabras del presidente y su gabinete indican con relativa claridad cuál es su norte.

El principal problema del país es la deuda externa, tanto con el FMI como con los fondos con bonos en moneda extranjera. Y en vez de hacer una auditoría de la deuda y una suspensión de pagos de la misma hasta ver qué parte es fraudulenta y cuál no, el gobierno decidió legalizarla. Alega que fue contraída por un “gobierno democrático” (sic) y ratificó su voluntad de pagar, pese a las flagrantes irregularidades cometidas y la fuga de capitales. Eso sí, pidió facilidades de pago, reprogramación de los intereses y suspensión por tres años del capital a vencer.

En el mejor de los casos eso obligará a Argentina a pagar varios miles de millones de dólares por año, sustraídos de las necesidades sociales y nacionales frente a las urgentes reivindicaciones pendientes.

La consecuencia directa es que se postergarán los pagos a los docentes y estatales, se achatará la pirámide jubilatoria, se recortarán un poco los presupuestos de salud y educación, seguirá semiparalizada la obra pública, el Estado en todos sus niveles cobrará impuestos más altos a la población, etc. Y eso se llama ajuste, que se suma y agrava por los ajustes anteriores.

En ese gran tema el gobierno tiene una línea claudicante ante el FMI y la derecha. En otros ocurre algo similar. Por temor a esa derecha, el presidente niega que haya presos políticos. Y se lava las manos a lo Poncio Pilatos sobre la libertad de esos compañerxs.

Sin ser ninguna maravilla, en ambos asuntos (deuda externa y presos políticos), la postura de Cristina es bastante mejor. Ella propuso desde Cuba una quita de la deuda, que Alberto negó. Insistió CFK en formar una Conadep de la deuda y ver la fuga de capitales, con datos del Central. Alberto no. Aunque ella no habló en forma directa, Parrilli, Kicillof, Gómez Alcorta y De Pedro pidieron la libertad de los presos. AF, Solá y Santiago Cafiero ratificaron su negativa.

Por eso dijimos que era mejor Cristina que Alberto, pero ella fue la responsable política de invertir el orden ese 18 de mayo. Y el orden de los Fernández, altera mucho el producto.  Hay que luchar y formar un Frente Antiimperialista para que esto no termine mal.

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