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Editorial

Después del 22, volver a la calle y al antiimperialismo

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Estamos en vísperas de las legislativas nacionales, contienda política donde se juega no sólo la composición de las dos cámaras del Congreso sino otras cosas aún más importantes.

Lo primero en disputa son las bancas, que según sea el resultado de esas elecciones pueden favorecer el avance criminal del gobierno de Macri y los monopolios. O bien, si las listas del PRO-Cambiemos tuvieran tropiezos, sobre todo en la provincia de Buenos Aires a manos de Unidad Ciudadana, se podrían erigir obstáculos en ese camino de ajuste, pobreza, dependencia y criminalización de la protesta social.

La mayoría de las encuestas sostienen que ganaría la lista encabezada por Esteban Bullrich, por 3 o 4 puntos, sobre Cristina Fernández de Kirchner. Obvio que las encuestas pueden estar equivocadas, como ha ocurrido tantas veces en el país y a nivel internacional. No sería la primera ni la última vez que esas empresas pifian con sus pronósticos. Ojalá sea este uno de esos casos.

De todas maneras no se debería negar de plano tal posibilidad de una victoria apretada del PRO-Cambiemos en esa estratégica provincia y que con buenas performances en otras pudiera mantener lo obtenido en las PASO de agosto, que la proyectaron como primera fuerza a nivel nacional. Sería muy lamentable que Macri pueda ufanarse de que lo vota el 36 por ciento o más de los argentinos.

Desde la otra vereda puede objetarse que aún en esa hipótesis, querría decir que el 64 por ciento de los electores no votó al macrismo. Es cierto, pero eso no quita que ésta sería la primera minoría en el país, una señal lamentable, sobre todo en vista del terrible ajuste realizado hasta ahora y el peor ajuste que se viene en caso de victoria macrista.

 

LAS RAZONES

Hay razones que pueden influir en un resultado que en mayor o menor medida favorezca al gobierno de los monopolios.

Uno es que, desde el paro general del 6 de abril, la burocracia de la CGT y la oposición política de Unidad Ciudadana, por recomendación de CFK, frenaron la movilización callejera.

Se consideró que se ganaría con relativa facilidad a Macri en las PASO y que nuevos paros generales podían ser no sólo innecesarios sino contraproducentes porque darían pie al discurso macrista de que la oposición es violenta, desestabilizadora y antidemocrática.

Ese fue un grave error de derecha cometido por Unidad Ciudadana y la burocracia cegetista. Era necesario mantener las movilizaciones y paros: 1) porque los conflictos de Pepsico y tantos más lo necesitaban, para no ser aislados y derrotados. Y 2) para que el gobierno sufriera el acoso desde dos frentes, desde la calle con reclamos del pueblo y en la campaña propiamente dicha. No fue así. Y Macri pudo sobrellevar una campaña relativamente tranquila, con ayuda de los medios monopólicos y concentrados.

Por otro lado el gobierno pospuso para después de los comicios las medidas más agresivas contra los trabajadores, como la reforma laboral e incluso otras menores como la quita del Fútbol para Todos, que caducará el 31 de octubre. También le vino bien confrontar con Cristina, agitando la mentira que todos los K son ladrones y corruptos, etc. Obviamente que no todos lo son, pero si Cristina dice que no pone las manos al fuego por De Vido, nosotros menos que menos las ponemos por ninguno de ellos.

Con ese manejo de la agenda mediática, metiendo en la misma bolsa a José López, Ricardo Jaime, De Vido, Boudou, Pata Medina y hasta la excelente Gils Carbó, como si todos ellos fueran corruptos, el oficialismo se podría robar una buena cantidad de votos extras.

 

UNA OPOSICIÓN COMBATIVA

En esta campaña se notó la ausencia de una oposición combativa y antiimperialista. Lo mejor fue Cristina, con todos sus insalvables límites políticos, ideológicos y organizativos. Sus discursos, reportajes y actos tuvieron el mérito de cuestionar el rigor antipopular y antinacional del modelo macrista, acertando en pedir el voto popular para poner un freno a política de entrega y neoliberalismo.

De todos modos la expresidenta parece no haber podido convencer a las mayorías de que la política económica de Macri es lesiva a los propios bolsillos. No hubo ni hay mecanicismo, porque de hecho existen muchos argentinos humildes que van a votar por sus verdugos. Se van a pegar un tiro en el pie. Y CFK no supo o no pudo dar una Batalla de Ideas -como la denominó en su caso Fidel Castro- para persuadir a esos argentinos y desenmascarar los falsos argumentos de la derecha y los CEOs.

Cristina tampoco fue una oposición combativa, que llamara a ganar las calles. En agosto pidió rezar en vez de marchar por San Cayetano. Es un ejemplo. Hay varios. Obvio que, más allá de los límites de ella, hubo quienes en el peronismo -legisladores, gobernadores, intendentes y la CGT- trabajaron abiertamente en su contra y a favor de un pacto con el gobierno.

Después del 22 de octubre, cualquiera sea el resultado, hay que barajar y dar de nuevo. O sea, analizar crítica y autocríticamente la campaña de Unidad Ciudadana, plantear un programa popular y antiimperialista, volver a las calles y la lucha, dar la pelea legislativa junto con diputados y senadores combativos, y dar la Batalla de Ideas contra la derecha macrista y sus aliados del PJ. Lo peor que podría ocurrir en la oposición es hacer concesiones al posibilismo, el oportunismo, el pejotismo y el cretinismo parlamentario.

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