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Calentamiento global, economía global: el Acuerdo de París

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La problemática ambiental, que exige urgente intervención, debe ser leída en el marco del conjunto de los elementos políticos y económicos que la condicionan. Históricamente el capitalismo atomiza los debates referidos a los graves problemas que amenazan al planeta, aislándolos  de su contexto político, parcializando las miradas y condenando los proyectos de intervención a una declaración de intenciones que poco aporta a la solución.

Más por movimientos sociales de denuncia que por iniciativas gubernamentales o de las Naciones Unidas, que ante la evidencia, fundan el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) en 1972.

Las consecuencias de la industrialización y las economías mundiales sustentadas en el petróleo eran ya indisimulables, tras sucesivas tragedias ambientales como Canal Love, EEUU y Seveso, Italia en los 70, o  Bhopal, India, después.

Aunque en 1972 en Copenhague se había abierto un foro internacional para la problemática, recién en 1992 se convierte en cuestión de estado, tras la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro.

Todo esto en el permanente escenario de “conciliación internacional” que ofrece la ONU, y que, en un organigrama que da cuenta de la esquizofrenia del sistema internacional, alberga al Consejo de Seguridad que declara guerras, admite invasiones y genocidios en los territorios que albergan petróleo, y organiza en paralelo escenarios que pretenden calmar las consecuencias ambientales del sistema económico mundial sustentado en el petróleo. La última obra en este escenario es el Acuerdo de París.

Este Acuerdo aparece tras el evidente fracaso del Tratado de Kioto, que enunció también metas de reducción de emanaciones que generan el efecto invernadero condenando al planeta a una incesante suba de la temperatura. Aunque no formalmente derogado, Kioto planteó la reducción a partir de una mirada financiera que en un juego de bonos verdes (a cargo del Banco Mundial), ponía en remate la inversión en paliativos, como sumideros verdes o energías alternativas. Como era de esperar, EEUU no acompañó.

Veinte años después, el intento se repite, sin atender las causas, que son mayoritariamente hijas del uso del petróleo y de un capitalismo voraz que no detendrá su marcha hasta que no arranque la última gota.

Argentina se sumerge en la suscripción de un Tratado por el que nada podrá hacer para alcanzar metas. Un ex CEO de Shell dirime ahora la supervivencia del campo energético, más que beneficiosa para las petroleras amigas, sincerando canallescamente un estado de cosas que lejos está de los objetivos del Acuerdo de París.

Nos dicen ahora que las metas de París son más ambiciosas, que el Congreso de los EEUU no podrá vetar las políticas que de él emanen y que se estimulará la inversión en energías renovables hasta alcanzar el 78% del total de la generación en 2030, lo cual impulsaría cambios en los mercados eléctricos,  en los negocios y en los modelos financieros. Algo así como la teoría del derrame, ahora a favor del ambiente.

La lectura atenta da cuenta de que esas acciones operan sobre las consecuencias de la generación de gases, pero no sobre la causa, ya que proponen fundamentalmente estrategias paliativas a mediano y largo plazo, en  avance de reemplazos a medida que se agote el petróleo.

El reemplazo energético ocurrirá cuando el petróleo deje de ser recurso disponible y objeto primordial de las multinacionales. Aunque se insista en que la firma de 170 países habla de la seriedad de la propuesta, el abordaje atomizado del calentamiento global, ajeno a los movimientos geopolíticos y de los conflictos en marcha, pronostica que este acuerdo también está condenado al fracaso.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

ALBERTINA  ALONSO

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