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Actualidad del pensamiento del Che Guevara

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Con motivo de cumplirse el 8 de octubre pasado cuarenta y nueve años desde el asesinato de Ernesto Che Guevara, el Partido de la Liberación organizó dos actos-charlas para rendirle homenaje.

No fueron actos partidarios sino más amplios, como le hubiera gustado al comandante. En la UBA estuvimos junto al diputado socialista (MC) Jorge Rivas y el secretario de Prensa de la embajada de Cuba, Leinier Espinosa. Y en la UNC lo hicimos con compañeros de Patria Grande, Quebracho y el Comité Democrático Haitiano.

El PL respeta así el legado antiimperialista del Che, que hoy nos parece el principal punto a rescatar de su vasto y revolucionario ejemplo. Al menos para los argentinos de 2016, es fundamental retomar ese tronco de pensamiento del discurso de mayo de 1962 en La Habana, donde planteó que la línea divisoria es “con o contra los monopolios”.

El Che es parte de lo más grande que parió la revolución cubana, con proyección teórica y práctica internacional. No es argentino ni cubano sino patrimonio de la humanidad, excluyendo a algunos bípedos que parecen humanos pero no lo son.

De ese vasto repertorio, está en cada partido revolucionario deducir, combinando el marxismo en general con la práctica concreta, cuál es la parte más valiosa del guevarismo en cada momento.

Cuba está en un plano avanzado de su revolución, a 57 años de la misma, y ha logrado avances en su relación bilateral con EE UU y con otros países capitalistas. Por eso el trabajo “El socialismo y el hombre en Cuba”, de 1965, tiene una importancia mayor. La realidad es diferente a la que él vivía tantos años atrás. El estado cubano hace bien en adoptar políticas que antes no contemplaba, como abrirse a la inversión extranjera. De todos modos, sería recomendable releer ese trabajo porque pondría más en guardia sobre el riesgo que supondría construir el socialismo con “las armas melladas del capitalismo”. No es para contradecir el curso actual del “socialismo próspero y sustentable”, sino para que el Partido Comunista y su juventud libren mejor la lucha política e ideológica tras la reanudación de embajadas con EE UU en julio de 2015.

A los argentinos, frente al triunfo de Trump, nos viene muy bien la advertencia de “no confiar en el imperialismo ni un tantico así, nada”. Eso hacemos, en vez de los populistas que tienen expectativa en el curso “nacional” y “proteccionista” del magnate.

De su discurso de agosto de 1961 en Punta del Este, en la Conferencia económico-social, rescatamos su crítica a los tecnócratas proyanquis que habían preparado el documento con el punto de vista de que la educación iba primero. El Che se burló diciendo que lo primero es cambiar el poder político, como había hecho Cuba. Que luego venía el rol decisivo de la educación, como estaba haciendo la isla con la campaña de alfabetización que abrió la luz para 1.250.000 cubanos.

Esa polémica tiene que ver con la Argentina de Macri, que de palabra (porque el presupuesto dice otra cosa) sostiene que lo primordial es la educación y que en cinco o diez años le dará al pueblo la posibilidad de mejorar su vida. No. Mil veces no. Como enseñó el comandante, antes va la lucha política y social, si es posible revolucionaria y sino al menos reformas muy profundas, para que el pueblo mejore urgente su situación material y social. Y en ese marco, educación pública muy buena, opuesta a la del ministro Esteban Bullrich y su nueva “Campaña del desierto” sin armas…

Volviendo al mensaje de 1962, tiene vigencia que hace falta “la liberación porque la Argentina está de nuevo encadenada, el petróleo se va por un lado, compañías norteamericanas entran por todos los lados del país, viejas conquistas van cayendo”. Parece que el Che nos estuviera hablando de la Argentina de Macri.

Todo lo suyo, como de los grandes marxistas, debe ser tomado sin dogmatismo. Incluso su frase más festejada de 1962: “aún cuando uno se reconozca comunista o socialista, peronista o de cualquier otra ideología política (…) somos enemigos directos del imperialismo”.

Es que una cosa es un peronista revolucionario como John W. Cooke, al lado del Che ese día, y otra un traidor como Vandor o un Pichetto o Bossio de hoy; una cosa es un socialista como Jorge Rivas y otra el “socialista” gobernador Miguel Lifschitz; una cosa es el comunista Fidel Castro y otra el traidor Mijail Gorbachov.

Con ese criterio no dogmático, el pensamiento del Che nos sigue nutriendo, más en este tiempo de ofensiva conservadora y reaccionaria en la región.

SERGIO ORTIZ

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