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EDITORIAL

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Después de firmar con el FMI, hay muchas divisiones en el gobierno

            El país vive una aguda crisis política cuyo motor principal son los padecimientos económicos y sociales de una mayoría de la población, con un 37,3 por ciento que vive en condiciones de pobreza. En ese universo las cuatro comidas diarias son una lejana utopía, pues 17,4 millones de personas están en la pobreza o la indigencia. Esos dramas sociales le ponen alta presión a la crisis, por la insatisfacción popular, las críticas al poder político, la demanda de un cambio de rumbo total y la conflictividad social con decenas de miles de personas ganando las calles.

            El 1 de abril, pese a todas las amenazas de represión policial del gobierno de la CABA con la policía de la Ciudad, de Horacio Rodríguez Larreta, y de la Policía Federal dependiente del ministro Aníbal Fernández, 60.000 personas humildes acamparon durante 48 horas frente al ministerio de Desarrollo Social.

            Las políticas de ajuste aplicadas por Mauricio Macri hasta 2019 y por el gobierno actual, sobre todo a partir de 2021, han echado más nafta al fuego. Y por eso el Partido de la Liberación (PL) califica la actual situación como de crisis política. En la categoría marxista esa no es una mera crisis de gabinete sino algo mucho más grave, que puede encaminarse hacia un estallido social y una crisis revolucionaria como la de 2001, para ilustrarlo.

            Ese panorama se agravó con el acuerdo vergonzoso con el FMI, que para refinanciar 45.000 millones de dólares del crédito fraudulento concedido a Macri en 2018, impuso condiciones de ajuste, dependencia y mayor endeudamiento.

            Estas son las causas de fondo de la crisis política, en aumento. Y reiteramos que, lejos de amainar y contener, lo mejor que puede suceder es que el movimiento popular irrumpa en las calles, con sus demandas y métodos de lucha, haciendo paros generales todas las veces que sean necesarias para terminar con el acuerdo con el FMI y los que se vienen tejiendo con los monopolios en el Consejo Económico y Social.

LA PELEA EN EL FRENTE DE TODOS

            Un elemento secundario frente a aquellas causas recién enunciadas, que realimenta la crisis, es la pelea interna evidente y despiadada al interior del gobierno. De las tres patas políticas que fundaron el FDT, dos están peleadas casi a muerte: Alberto Fernández y Cristina Fernández. La tercera, Sergio Massa, oportunista como siempre y servil a la embajada yanqui, oscila entre una y otra, viendo qué le conviene para avanzar hacia la presidencia en 2023 de ser posible.

            La diferencia más grande fue en torno al acuerdo con el FMI. El albertismo y massismo se pusieron de rodillas ante Kristalina Georgieva y el paquete fondomonetarista, incluso las revisiones trimestrales que se adelantaron para mayo.

            El cristinismo se opuso, aunque la vicepresidenta no abrió la boca en el debate, ni cuando el proyecto terminó aprobándose en el Senado. Pero quedó claro que sus senadores, como Oscar Parrilli y Anabel Fernández Sagasti, junto a varios más, votaron en contra. Lo mismo habían hecho 28 diputados, entre ellos Máximo Kirchner y los representantes de La Cámpora.

            De allí se derivó otra pelea interna. El cristinismo elaboró en el Senado un proyecto de crear un Fondo para recuperar capitales fugados al exterior sin declarar, y de ese modo recaudar dólares para pagar la deuda al FMI (ver nota aparte). Aunque el presidente Fernández parece estar de acuerdo, así lo hizo trascender la vocera Gabriela Cerutti, en cuanto ese proyecto quiera ponerse en marcha provocará reacciones adversas de los grandes capitalistas fugadores. Y lo más probable es que el presidente recule como en Vicentín.

            Ligados a aquella diferencia mayor, se desprenden otras, como aceptar o no los aumentos de tarifas en electricidad y gas que van a castigar al grueso de los hogares. Los K pretenden que no superen el 20 por ciento en el año, pero el Fondo y el albertismo  presionan por aumentos del orden del 80 por ciento, con lo cual echarían más combustible al incendio social.

            El sector que se nuclea en torno a AF, con centro en el equipo económico de Guzmán y Kulfas, no quiere imponer más retenciones a los agroexportadores. Impulsan proyectos para que estos exporten más y supuestamente dejen más dólares para pagar la deuda externa, en rubros como petróleo, gas, agrobusiness y automotrices.

            Por eso mismo buscan en el Consejo Económico y Social un acuerdo con los popes de la UIA y COPAL. No quieren aumentar impuestos ni retenciones a esos monopolios; tampoco enfrentarlos y controlarles precios pese a que la inflación pinta superar el 60 por ciento este año.

            Los nucleados por Cristina, en cambio, si bien no proponen medidas nacionalizadoras del comercio exterior y menos de la banca, al menos vía Comercio Interior proponen controles de precios y multas (las hubo pero muy leves a Molinos Cañuelas). Y también aumentos de retenciones a los grandes exportadores, para aumentar los dólares en poder del Estado. Lástima que su proyecto contra los fugadores apunta a usar esos posibles fondos para… pagar al Fondo.

            Entre albertistas más massistas versus cristinistas también se debate sobre “la unidad”. Los primeros usan esa linda palabra para reclamar a los K su subordinación al acuerdo con el Fondo y a la lapicera de AF. En la reunión de Rosario, el 9/4, Rossi, Zabaleta, Vilma Ibarra, Ricardo Forster y otros albertistas reiteraron a los K que dejen de criticar, en nombre de la “unidad”. Los aludidos contestaron que hay que saber antes “Unidad para quién y Unidad para qué”. La palabra unidad, como democracia, es muy linda pero en su nombre se suelen cometer muchos crímenes políticos, como en este caso.

            Las polémicas también se expresan en política internacional. El 7/4 el gobierno votó junto a EEUU contra Rusia en la ONU, y la vicepresidenta hizo un estridente silencio, que denotó su diferencia.

            En esos debates al interior del gobierno, las posiciones más reaccionarias son las del albertismo y massismo. De todos modos, no ponemos las manos en el fuego por Cristina y La Cámpora, porque hasta ahora son parte sustancial del gobierno del ajuste. Ojalá que sus diferencias se profundicen hasta el punto de la ruptura. Y no lo deseamos tanto en función de las elecciones de 2023 sino, sobre todo, para que las luchas desde abajo se fortalezcan, teniendo en cuenta esas disputas y peleas entre los de arriba.

            El filo del golpe principal de las luchas populares hoy debe estar dirigido contra Alberto Fernández, Massa y Guzmán, más los macristas de Juntos por el Cambio, los monopolios, la UIA, burócratas de la CGT y gobernadores como Schiaretti. Y en el orden mundial, contra la administración Biden, el FMI y la OTAN. Ese es el blanco central a golpear.

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