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Ley de Emergencia en contra de la violencia de género

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27 es el número negro que cifra las muertes por femicidio en la Argentina en lo que va del 2019. Una muerta cada 36 horas dicen las estadísticas. Hablar de estas cifras nos lleva a la urgencia de pensar en una Ley de Emergencia contra la violencia de género.

Desde hace años el movimiento de mujeres marcha y se organiza para reclamarle al Estado que sancione leyes que protejan a las mujeres de la violencia de género. Es que los números van ensanchando el horror, y ampliando las pancartas que recuerdan a nuestras muertas.

A principios de junio, dos femicidios en la provincia de Córdoba se sumaron a la lista, previo a la marcha del 3 de junio. La indignación y el dolor se hicieron carteles para esas víctimas irreparables de un patriarcado que parece permanecer estaqueado al tiempo.

LAS QUE NO ESTÁN

Aydee Palavecino era una joven mamá de 18 años; murió en manos de un violento que ya tenía antecedentes. Estudiante del profesorado de educación primaria, tenía toda una vida y una profesión por delante. Jessica González, de 29 años y con tres hijos, fue degollada delante de ellos en su vivienda de Viamonte, en manos quien fuera su pareja.

Cuando le ponemos nombres a las cifras, duelen más. Estos nombres y tantos otros peregrinan en cada marcha del Ni Una Menos. Los 28 de noviembre acompañan los gritos rabiosos, cuelgan en carteles en los Encuentros de Mujeres, son parte de la lucha de las mujeres organizadas que pretendemos que no nos maten. Pedimos que no nos maten, porque las cifras cuentan sobre la historicidad de estos sucesos, sobre la naturalización de la opresión hacia las mujeres, sobre el desprecio de un sector de la sociedad por la lucha feminista y por una raigambre patriarcal que se niega a ser destronada.

Es que somos las mujeres y las minorías sexuales lxs que sufrimos de la forma más cruel las consecuencias de la crisis, la pobreza, el hambre, el deterioro de las condiciones de vida y la desigualdad. En contextos de crisis, todo se agudiza y la violencia que viene del Estado hace mella en los vínculos, y esto también agudiza la problemática.

Cuando decimos que hay emergencia de género no es un capricho; son cifras, es como en las matemáticas, pero éstas están cargadas de dolor. En la actualidad las únicas herramientas que hay para prevenir la violencia de género y ayudar a las víctimas están desfinanciadas. Son completamente insuficientes para una problemática que nos excede, en Argentina, cada 36 horas.

Por eso le exigimos al Estado que cumpla su rol, y se ponga a la cabeza a garantizar que las mujeres vivan una vida libre de violencias. ¡Libres, vivas y desendeudadas nos queremos!

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